Introducción: The Knowledge
La primavera pasada, una noticia recogida por la BBC llamó mi atención. Científicos del London University College habían descubierto que los cerebros de los taxistas londinenses tenían el hipocampo más grande que los de las personas que no conducían taxis por Londres.[2] No sólo lo tenían más grande (de media, que se dice en estos casos) como colectivo; el crecimiento del hipocampo era más acusado en aquellos profesionales que llevaban más tiempo en el oficio. Ser taxista en Londres hace que le crezca a uno el hipocampo, vaya.
La causa de este crecimiento se atribuye al hecho de que para obtener la licencia, un taxista ha de conocer de memoria el intricado callejero londinense, también conocido como The Knowledge[3]. El Conocimiento, con K mayúscula. El Conocimiento por antonomasia. Extraer una primera conclusión es tan fácil como castizo: el saber sí que ocupa lugar, después de todo. Lo que los científicos británicos deducen es más complejo: el hipocampo, lugar del cerebro donde los neurólogos sospechan que puede residir la coordinación de la memoria, crece según aumenta la capacidad del individuo de navegar por su entorno.
No se trata de una simple memoria literal; la capacidad de recordar está tan entrecruzada y relacionada como posibles rutas hay entre dos puntos cualesquiera de una metrópolis. Se diría que el nombre dado al callejero es especialmente apropiado, porque lo que almacenan los cerebros humanos no es información, sino conocimiento. Y el hipocampo es, según parece demostrar el experimento londinense, lo que nos hace capaz de recordar y navegar por nuestro entorno, gracias al conocimiento adquirido a través de la experiencia.
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