Dos vicepresidentes del Gobierno, una infanta y su marido, el que 
fuera jefe de los patronos, sindicalistas, ex ministros, parlamentarios,
 consejeros, alcaldes… La cifra, a día de hoy, supera los1.900 imputados
 en causas por corrupción en España. O Dicho de otra forma, Rodigro 
Rato, Juan Pedro Moltó, Francisco Granados, Narcis Serra, Iñaki 
Urdangarin y Cristina de Borbón, Jaume Mata, Maria Antonia Munar, Carlos
 Fabra, Julián Muñoz, Isabel Pantoja, José María del Nido… ¿Es España un
 país donde la corrupción política campa a sus anchas?
Según la memoria del 
Consejo General del Poder Judicial
 de 2013 Judicial de 2013 los juzgados están colapsados con la 
instrucción de 1.661 causas que tienen que ver con la corrupción 
política en todos sus aspectos: de blanqueo a soborno pasando por 
prevaricación o tráfico de influencias.
Son casi el 70% de los casos considerados de especial complejidad que se
 investigan en los juzgados. Si afinamos un poco más, miles de esas 
causas se agrupan en los 302 denominados macroprocesos como la Operación
 Malaya o la Trama Gürtel, EREs falsos de Andalucía, Caja Madrid, caso 
Pujol o la Operación Púnica.
En lo que llevamos de legislatura, es decir en los últimos tres años,
 al menos 170 personas han sido condenadas. Pero la mayoría no han 
entrado en prisión, ya sea por los pocos años de condena de las 
sentencias, porque sencillamente fueron inhabilitados o multados o 
porque la condena está pendiente del fallo de algún recurso pendiente.
Sensación de impunidad por la corrupción
Los inspectores fiscales agrupados en torno a la Organización de 
Inspectores de Hacienda apuntan a tres como las causas principales de 
que se haya extendido el fenómeno de la corrupción: “los casos que se 
descubren se deben a meras casualidades o denuncias” y no por el control
 del Estado.
Una vez descubiertos, las condenas “que se producen no suponen el 
ingreso en prisión, salvo algún caso excepcional” y, la causa más 
llamativa, que nunca se devuelve el dinero porque suele “estar siempre a
 buen recaudo en los paraísos fiscales, a la espera de que tarde o 
temprano llegue una amnistía fiscal”.
Un caldo de cultivo que fomenta la sensación de “impunidad”. Hay 
muchas probabilidades de que la única pena que tenga que sufrir el 
presunto corrupto sea la llamada “pena del telediario”. Pero, a cambio, 
el corrupto tiene solucionada su vida”.
Legislación y medios para combatir la corrupción
La opinión pública exige transparencia y el funcionamiento de la 
Justicia. Y tanto fiscales, jueces como inspectores piden cambios 
legislativos y acabar de una vez por todas con los indultos y amnistías 
fiscales que actúan de hecho como una ley de punto y final.
Los que solicitan cambios apuntan directamente a ampliar el plazo de 
prescripción, introducir el delito de enriquecimiento ilícito o 
injustificado de cargos públicos durante su mandato y el de financiación
 ilegal de partidos políticos y agravar las penas por tráfico de 
influencias, prevaricación y negociaciones prohibidas a funcionarios, 
entre otros.
Defienden asimismo reducir la cuota defraudada en delitos contra la 
Hacienda Pública, agravar penas por omisión del deber de denunciar y 
perseguir determinados delitos, introducir una modalidad de delito de 
obstrucción a la justicia por no remitir al juez la documentación 
requerida o enviarla incompleta, agravar la desobediencia a la autoridad
 judicial cometido por funcionario, limitar o prohibir suspender o 
sustituir penas por corrupción y despenalizar faltas.
Plantean igualmente agilizar que la justicia asegure que los 
presuntos puedan cautelarmente hacer frente a las responsabilidades 
pecuniarias desde el inicio de la investigación y “facilitar la 
actuación contra testaferros” y la colaboración con la Agencia 
Tributaria, Banco de España, Patrimonio e Intervención, así como mejorar
 la hasta ahora “ineficaz” Ley de Protección de Testigos y Peritos.
Pero la ley, por sí sola no basta, la corrupción política, como los 
llamados delitos de ‘cuello blanco’, puede ser altamente sofisticada y 
se requieren medios materiales y personal altamente cualificado para 
combatirla. No es una cuestión sólo de alterar los contratos públicos al
 alza y cobrar una comisión.
Operaciones como la operación Malaya, la trama Gürtel o las 
investigaciones sobre la fortuna de los Pujol han puesto al descubierto 
auténticas tramas de ingeniería financiera, multitud de sociedades 
pantalla y movimientos de cuentas en paraísos fiscales de complicado 
rastreo o seguimiento
Una lucha asimétrica que solo se combate reforzando o creando las 
instituciones que actualmente velan por la limpieza y buen 
funcionamiento del Sistema. En nuestra reciente historia democrática, la
 corrupción política aparece ligada a la financiación de los partidos 
políticos, auténticas maquinarias electorales y de poder que consumen 
una ingente cantidad de recursos y al urbanismo.
Una sombra que ha perseguido a todos los partidos, dado los escasos controles a los que han sido sometidos sus finanzas.
Y más allá de las frases de acusación vertidas contra los jóvenes 
dirigentes socialistas del recién estrenado PSOE de Felipe González, por
 haberse nutrido de “combolutos” procedentes de la socialdemocracia 
alemana (caso Flick) o las presuntas comisiones cobradas por el 
expresidente Suarez procedentes de la remodelación de los estadios de 
fútbol con la instalación de los marcadores electrónicos, las primeras 
vergüenzas del sistema de partidos estallaron en 1979 con el llamado 
‘caso Puerta’.
El ‘saqueo de las instituciones’ sale a la luz pública por la 
denuncia puesta por el socialista Alonso Puerta, ex segundo teniente de 
alcalde del Ayuntamiento de Madrid, sobre supuesta corrupción en las 
contratas municipales del servicio de limpieza urbano. El municipio 
‘privatizaba’ servicios que eran adjudicados a contratas privadas. Las 
comisiones presuntamente iban a la caja del PSOE. Puerta fue expulsado 
del partido.
El control recaía sobre el Tribunal de Cuentas. Pero resulta 
complicado creer que este tribunal pueda detectar cualquier tipo de 
fraude en su labor fiscalizadora. Su prioridad no es luchar contra la 
corrupción, sino verificar que el presupuesto que se aprueba tiene su 
destino. Es decir, son más auditores que otra cosa que trabajan con 
pocos medios. El retraso en sus informes se contabiliza por años.
Además, sus integrantes son designados por el propio parlamento como 
representantes de los partidos políticos mayoritarios, es decir, sus 
informes mayoritariamente son un fiel reflejo de la aritmética 
parlamentaria del momento. Eso por no hablar de el propio escándalo que 
ensombrece al propio Tribunal.
La carga de la prueba -la honradez tanto del partido como la de sus 
cargos públicos- recae sobre los principales partidos políticos quienes 
sistemáticamente se amparan en la presunción de inocencia hasta que una 
sentencia diga lo contrario para no modificar leyes ni estatus.
Y los escándalos seguían saliendo a la luz, un contable mal 
despedido, una mujer despechada por un divorcio y la casualidad en una 
investigación por tráfico de drogas tiró de la alfombra de los tres 
casos más sonoros en los años ochenta y noventa:
El caso Filesa -financiación irregular del PSOE- el caso Juan Guerra –
 uso del despacho del vicepresidente del Gobierno para hacer negocios 
privados y tráfico de influencias- y caso Naseiro -financiación ilegal 
del PP- que a su vez dio paso a otro juicio donde resultó condenado el 
constructor burgalés Fernández Pozo en Castilla y León -una comunidad 
donde por cierto es estrenaba como presidente un bisoño José María 
Aznar-.
En este clima enrarecido por la corrupción, salpicado además por 
otros escándalos como el caso Roldán, caso Gescartera o los GAL, Felipe 
González toma una decisión: La creación de la Fiscalía Anticorrupción. 
Carlos Jiménez Villarejo dirigía un equipo pionero en Europa para 
perseguir a los corruptos a través de libros contables, sociedades 
pantalla y paraísos fiscales.
Han pasado 20 años (se creó en 1995) y los fiscales anticorrupción 
siguen reclamando más medios. Dieciséis fiscales conforman la Fiscalía 
Especial Contra la Corrupción y la Criminalidad organizada en Madrid, 
especializada en perseguir estos delitos.
Anticorrupción también cuenta con tres inspectores de la Intervención
 General del Estado que fiscalizan los contratos públicos de los casos 
que recaen en esta fiscalía. Este equipo especializado se completa con 
dos unidades de policía judicial dependientes específicamente del 
organismo.
Sin embargo, Anticorrupción se enfrenta a una parte muy pequeña de los 
delitos de corrupción, entre un 10% y un 20% de este tipo de casos, el 
resto recae sobre las fiscalías ordinarias.
Su labor, formalmente reforzaba la actividad de la Audiencia 
Nacional, creada en 1977 como sustitución del Tribunal de Orden Público,
 que entre otras materias, se encarga de delitos de crimen organizado 
como terrorismo, narcotráfico, falsificación de moneda, y de delitos 
cometidos fuera del territorio nacional cuando conforme a las Leyes o a 
los tratados corresponda su enjuiciamiento a los tribunales españoles. 
En ella trabajan la mayoría de los ‘superjueces’ que entienden persiguen
 a las grandes tramas corruptas.
Tres décadas después y ante la magnitud de la corrupción política, 
los profesionales de la Magistratura reclaman exclusividad en los 
juzgados. Coinciden en la necesidad de unificar los esfuerzos y los 
escasos medios materiales, y hacerlo en todos los juzgados, Piden que 
haya jueces que se dediquen “en exclusiva a este asunto las 24 horas del
 día”, así como la “revisión y, en su caso, supresión de aforamientos”, 
al considerar que “entorpecen y ralentizan de forma evidente y clara la 
instrucción de los procedimientos”.
Una sola policía contra la corrupción
La especialización pasa por ser la base en la lucha contra la 
corrupción y, necesariamente -los actores coinciden- confluye en la 
creación de una policía fiscal. En la actualidad, existen hasta 11 
unidades en la Policia Nacional y 6 en la Guardia civil, además del 
personal que maneja la propia AEAT, el Ministerio Fiscal o el SEPBLAC 
del Banco de España dedicados a perseguir este tipo de delitos. Unas 
unidades que trabajan de manera “escasamente integrados y coordinados”.
Dentro de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil hay 
un Departamento de Delincuencia Económica que a su vez tiene un grupo de
 delitos económicos, de fraude y urbanísticos y una unidad adscrita a la
 Fiscalía Anticorrupción.
También hay un grupo especializado dentro del Servicio de 
Información. En las unidades periféricas hay personas dedicadas a este 
tipo de delitos dentro de las unidades orgánicas de policía judicial. En
 total, unos 700 agentes, de los cuales 200 se dedican en exclusiva a 
corrupción. El resto se ocupan de asuntos conexos como blanqueo o 
narcotráfico.
Por otro lado, la Unidad de Delitos Económicos y Fiscales del Cuerpo 
Nacional de Policía (UDEF) está formada por 299 personas. Teóricamente, 
cualquier agente de la plantilla de policía judicial (11.500) podría 
investigar, casos de corrupción, pero no se dedican a ellos con carácter
 de exclusividad.
A estos profesionales habría que añadir los 189 -altamente 
especializados- de la Oficina Nacional de Investigación del Fraude 
Fiscal (ONIF), dependiente de la Agencia Tributaria y las 60 personas 
que persiguen el blanqueo de capitales en el Banco de España a través 
del Sepblac. Esta unidad funciona como la “unidad de inteligencia 
financiera española”.
Fomentar y premiar la denuncia por corrupción
Los inspectores de Hacienda, en su decálogo, insisten en que hay que 
generar instrumentos que premien comportamientos de denuncia. En la 
mayoría de las tramas resulta imprescindible ese ‘colaborador 
necesario’.
Pero resulta que ese testigo vital acaba siendo un testigo acosado, como en el caso de Ana Garrido Ramos.
Todos los profesionales, magistrados, policías, fiscales abogan 
limitar los indultos y acabar con los aforados , así como por contar con
 tribunales y juzgados especializados en asuntos económicos a nivel 
autonómico e incluso provincial, por potenciar la cooperación jurídica 
internacional para eliminar paraísos fiscales y por crear “una policía 
judicial auténtica” y un cuerpo de peritos contables que asesoren a los 
jueces.
Medios, personal, cambios legislativos… Medidas que dependen de la 
voluntad política y de un pacto de estado entre las fuerzas políticas 
para terminar con un problema que crece entre las preocupaciones de los 
españoles.
De momento, ni está ni se le espera.