No hace ni un mes, le preguntaban a Giovanni Sartori: «Y los inmigrantes musulmanes, ¿se pueden integrar en una democracia occidental europea?». Y el viejo profesor italiano, en la esplendidez intelectual de sus 83 años, respondía sin dudarlo: «No se han integrado jamás en ningún lado. Mire usted el caso de la India. El islam llegó allí hace más de 1.000 años y, después de todo ese tiempo, los musulmanes aún no se han integrado en absoluto. No se integran porque si uno obedece la voluntad de Dios no puede obedecer la voluntad del pueblo ni respetar el principio de legitimidad de la democracia. Y el islam es un sistema teocrático cuyos miembros están obligados a cumplir la voluntad de Alá».
La rotundidad con la que se expresa Sartori, que tiene mucho que ver con el desaliento que provoca la desorientación de occidente a la hora de analizar y afrontar el gran problema con el que ha amanecido el siglo XXI, quizá se podría ver desmentida con imágenes como las que hemos visto estos días en Ceuta y en Melilla; esas mujeres musulmanas de túnica y velo ondeando las banderas españolas y jaleando a los Reyes de España. Si seguimos el dictado de Sartori, tendríamos que concluir que esas mujeres musulmanas, como los otros cientos y cientos de musulmanes españoles que viven en Ceuta y Melilla, tendrían que haber obedecido los dictados de la ‘autoridad divina’ más próxima, el rey de Marruecos, que pertenece a una dinastía, la alauita, con descendencia directa de Mahoma y que, por tanto, se erige como líder político y religioso. No ha sido así, ya lo hemos visto, a pesar de las condenas del monarca alauí.
¿Quiere decirse, por ello, que la integración de los musulmanes es posible, que no es verdad que el islam sea incompatible con la democracia, como pronostica Sartori? Tenemos numerosos ejemplos de lo contrario en varios países europeos, musulmanes perfectamente integrados en la sociedad que acaban abrazando a Al Qaeda. Pero, sin caer en ese derrotismo, pensemos que las mujeres musulmanas de Ceuta y Melilla, antes que por sus convicciones democráticas o por patriotismo, agitan banderas de España alarmadas por la expectativa de acabar integradas en Marruecos. Que la elección antes que entre democracia e islamismo, entre Don Juan Carlos y Mohamed VI, es más primaria: Entre el desarrollo y la miseria. Y ahí no cabe elección.
La dureza de estos tiempos, la infinita dificultad para abarcar el avance del fundamentalismo islámico, hace insuficiente que occidente sólo se muestre inflexible en la defensa de sus principios, de las libertades conseguidas, de sus derechos, como pide Sartori. Además de todo eso, occidente debe aplicarse el pragmatismo efectivo que se demuestra en detalles como estos de Ceuta y Melilla. Y concluir, al cabo, que, por encima de la obediencia ciega a Alá y a sus jerarcas, la mayoría de los musulmanes prefiere el disfrute de esta vida. Que alguna luz al final de túnel habrá que buscar. O por lo menos, reflexionemos sobre la contradicción de esas estampas de Ceuta y de Melilla.
La rotundidad con la que se expresa Sartori, que tiene mucho que ver con el desaliento que provoca la desorientación de occidente a la hora de analizar y afrontar el gran problema con el que ha amanecido el siglo XXI, quizá se podría ver desmentida con imágenes como las que hemos visto estos días en Ceuta y en Melilla; esas mujeres musulmanas de túnica y velo ondeando las banderas españolas y jaleando a los Reyes de España. Si seguimos el dictado de Sartori, tendríamos que concluir que esas mujeres musulmanas, como los otros cientos y cientos de musulmanes españoles que viven en Ceuta y Melilla, tendrían que haber obedecido los dictados de la ‘autoridad divina’ más próxima, el rey de Marruecos, que pertenece a una dinastía, la alauita, con descendencia directa de Mahoma y que, por tanto, se erige como líder político y religioso. No ha sido así, ya lo hemos visto, a pesar de las condenas del monarca alauí.
¿Quiere decirse, por ello, que la integración de los musulmanes es posible, que no es verdad que el islam sea incompatible con la democracia, como pronostica Sartori? Tenemos numerosos ejemplos de lo contrario en varios países europeos, musulmanes perfectamente integrados en la sociedad que acaban abrazando a Al Qaeda. Pero, sin caer en ese derrotismo, pensemos que las mujeres musulmanas de Ceuta y Melilla, antes que por sus convicciones democráticas o por patriotismo, agitan banderas de España alarmadas por la expectativa de acabar integradas en Marruecos. Que la elección antes que entre democracia e islamismo, entre Don Juan Carlos y Mohamed VI, es más primaria: Entre el desarrollo y la miseria. Y ahí no cabe elección.
La dureza de estos tiempos, la infinita dificultad para abarcar el avance del fundamentalismo islámico, hace insuficiente que occidente sólo se muestre inflexible en la defensa de sus principios, de las libertades conseguidas, de sus derechos, como pide Sartori. Además de todo eso, occidente debe aplicarse el pragmatismo efectivo que se demuestra en detalles como estos de Ceuta y Melilla. Y concluir, al cabo, que, por encima de la obediencia ciega a Alá y a sus jerarcas, la mayoría de los musulmanes prefiere el disfrute de esta vida. Que alguna luz al final de túnel habrá que buscar. O por lo menos, reflexionemos sobre la contradicción de esas estampas de Ceuta y de Melilla.
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