Marcos Roitman Rosenmann
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Desde hace unos años han surgido socialmente grupos heterogéneos cuya seña de identidad es manifestarse en contra de las políticas de globalización impulsadas por los países más desarrollados e integrantes del Grupo de los Ocho. Su composición interna es variada. Si consideramos sus miembros por edad, en ellos participan jóvenes, mayores y personas de la tercera edad. Si lo hacemos por definición ideológica, su gama espectral es amplia. Desde socialistas, socialdemócratas, comunistas, marxistas, progresistas, ecologistas, hasta movimientos de género, de liberación homosexual, étnicos, de clase y culturales. También su origen de clase es heterogéneo. Sectores medios, estudiantes, amas de casa, trabajadores, desempleados o campesinos. Igualmente en su seno emergen todas las nacionalidades y participan miembros de todos los países, es abierto y sus límites sobrepasan las fronteras estatales.
Su comportamiento es singular; responden y se manifiestan contrarios a la celebración de reuniones específicas, convocadas por los grandes países capitalistas y sus organismos internacionales para decidir profundizar en las políticas económicas neoliberales. Su dinámica es poner de manifiesto la incongruencia entre un mundo cada vez más desigual e injusto, donde la más alta riqueza convive con la miseria extrema. Con su presencia en las ciudades en las que se han manifestado, han dejado explícito el descontento y han denunciado la falta de responsabilidad con que actúan las grandes potencias a la hora de tomar decisiones de políticas económicas, cuyo resultado es aumentar la explotación, mantener el hambre, la miseria y la marginalidad.
A estos movimientos les une la crítica al neoliberalismo y la globalización. Considero que son parte de una "sociedad civil internacional" -si cabe esta definición-, cuya heterogeneidad coincide con el proceso de disolución de la ciudadanía plena y de los espacios de articulación democrática en el proceso de toma de decisiones. No tienen un proyecto político, no tratan de tomar el poder ni menos aun de construir una alternativa; expresan el grado de descomposición de lo social y con ello llaman la atención a la degradación y corrupción con que las grandes potencias actúan a la hora de tomar decisiones. Son una manifestación de protesta contra el conjunto de políticas sociales, económicas, culturales, étnicas y de género, articuladas bajo el paraguas del llamado proceso neoliberal de globalización.
Muchos analistas han querido ver en su heterogeneidad su vitalidad y frescura a la hora de manifestarse. Igualmente han interpretado su crítica al neoliberalismo y a la globalización como una lucha antisistémica y anticapitalista. Si se tienen claros los principios a los que se ataca y rechaza -se señala- es posible esa unidad de acción que no facilita la heterogeneidad social e ideológica que compone el movimiento antiglobalización. Asimismo, sus formas de actuación hacen pensar en ellas como la respuesta más sarcástica y descarnada hacia un poder político deshumanizado, fundado en el egoísmo, la economía de mercado y la miseria humana.
Sin embargo, lo destacable de su existencia sea, tal vez, algo en lo cual no se ha profundizado suficientemente y hace referencia a una concepción política de la globalización. Es decir, desenmascara el neoliberalismo y la globalización como proyecto político sustentado por las elites de los países capitalistas de más alto nivel de desarrollo, avalados por sus organismos internacionales, como son el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Quizá sea esta peculiaridad de los movimientos antiglobalización la que se manifiesta como singularidad. Son temidos por haber puesto el dedo en la llaga, han sido capaces de señalar la globalización como un proyecto, no como una necesidad histórica o como parte de una lógica de la cual no se puede escapar. Son aire nuevo, porque han roto la dinámica política de discusión y han puesto sobre la mesa la necesidad de replantearse todo y con ello han logrado abrir espacios de discusión desde donde cuestionar el orden capitalista mundial y el sistema de dominación que lo complementa.
No son de por sí movimientos políticos anticapitalistas ni antisistémicos. Expresan un hartazgo compartido por miles de ciudadanos y representan la emergencia de un nuevo tipo de protesta social en la que se une la necesidad de evidenciar el carácter ideológico-político de la globalización y el neoliberalismo, con la demanda de un cambio de dirección en el proceso de toma de decisiones.
Al poner el dedo en la llaga, el grado de violencia con que han sido reprimidas hasta matar a sus manifestantes, como en el caso de Génova, da al movimiento una impronta y fisonomía que de por sí no corresponde al tipo de protesta. Esta violencia extrema empleada para impedir el ejercicio de la libertad de expresión, de manifestación y de asociación demuestra el daño que hacen estas manifestaciones al proyecto político de globalización neoliberal. Quizá ha llegado el momento de abandonar el lenguaje político de la globalización y pensar en nuevas concepciones de desarrollo acordes con la justicia, la democracia y la libertad.
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