Cuenta la leyenda que, después de que un cañonazo le volara la pierna, el brigadier metió el muñón en un cubo de harina para mantener el equilibrio y poder seguir luchando
MUSEO NAVAL
Centenares de marinos han pisado la cubierta de los navíos
españoles a lo largo de la historia. Sin embargo, pocos han estado a la
altura de Cosme Damián Churruca y Elorza, un brigadier vasco que,
además de ser un reconocido científico y militar que estuvo 30 años al
servicio de la Armada, murió como un héroe en Trafalgar combatiendo contra seis navíos ingleses a la vez.
Y es que, aunque la batalla de Trafalgar supuso una de las
mayores derrotas que se recuerdan de la Armada española, también grabó a
fuego varios nombres propios en la historia militar de nuestro país. No
obstante, algunos como el de Churruca se han ido desdibujando y
olvidando a lo largo de los años.
A pesar de todo, hazañas como seguir en su puesto cuando una bala de cañón le arrancó la pierna o pedir un barril de harina en el que meter el muñón para evitar desangrarse y continuar combatiendo, siguen honrando a este guipuzcoano una vez muerto.
Infancia y juventud
Para hallar el origen de este marino, es necesario viajar hasta un municipio de Guipúzcoa, donde vino al mundo hace más de 250 años. «Churruca nació en Motrico, una pequeña localidad vasca, el 27 de septiembre de 1761», afirma Jose Luis Corral, autor del libro «Trafalgar».
De familia reconocida (su padre era el alcalde de Motrico),
Churruca sintió desde pequeño una fuerte atracción por el mar. Sin
embargo, parece que primero recibió la llamada de la fe, pues llegó a
iniciar con pocos años estudios eclesiásticos con la firme intención de ordenarse sacerdote.
«Estudió en el seminario de Burgos, aunque eso era habitual
en muchos jóvenes, pues no había demasiadas posibilidades. Pero, al
final, dejó el camino del sacerdocio cuando un amigo le habló de la mar y de las aventuras que allí se podían correr», añade el escritor.
Tras poner fin a sus estudios, un joven Churruca de 15 años se enroló en la Compañía de Guardias Marinas de El Ferrol para
consolidar su formación naval. Allí destacó entre el resto de sus
compañeros hasta que se graduó en 1778. Una vez licenciado, recibió un
ascenso como premio a su precocidad. A su vez, ese mismo año comenzaría
su carrera marítima a bordo del navío «San Vicente».
Primera acción naval
Después de navegar como aprendiz en varios barcos, Churruca
llevó a cabo su primera acción de guerra en 1781, año en que se vería
las caras por primera vez contra los ingleses. «“Aprovechando” la
derrota de Inglaterra en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, España llevó a cabo algunas acciones para intentar recuperar Gibraltar, como el asedio de diciembre de 1781, en el que Churruca participó», señala el experto.
Pero, finalmente la Armada Española no consiguió su objetivo y cayó derrotada.
«El ataque fue infructuoso ante la potencia de fuego de las baterías
inglesas ubicadas en la Roca», señala Corral, que determina a su vez que
Churruca arriesgó su propia vida para salvar a multitud de heridos.
Expediciones al fin del mundo
Varios años después, en 1788, el español inició una
expedición científica con los paquebotes «Santa Casilda» y «Santa
Eulalia». Concretamente, se embarcó en el segundo viaje que partía hacia
el extremo meridional de Sudamérica para investigar el Estrecho de
Magallanes. De esta forma, y como determina Corral, hizo valer sus
conocimientos en «geogafía, cartografía náutica, y astronomía -estos
últimos imprescindibles para los marinos-».
«Estudió el estrecho de Magallanes en 1788 bajo las órdenes
del capitán de navío Antonio de Córdova, y con su amigo Ciriaco
Cevallos. Churruca fue el encargado de la cartografía del estrecho y de las observaciones astronómicas en esa zona austral», determina el historiador.
Una cruel dolencia atacó al marino tras sus primeras misiones
Pero nada podía detener a este vasco español y a sus ansias de aventuras. Por ello, en 1792 se embarcó como capitán en una expedición dirigida por José de Mazarredo.
El objetivo, en este caso, era llevar a cabo una serie de estudios
hidrográficos para la reforma del atlas marino de la América
septentrional, los cuales fueron ampliamente utilizado en Europa. Tal
fue su reconocimiento que recibió el título de Capitán de Navío a su
vuelta en 1794 (más de dos años después de su partida).
Gran Bretaña, la obsesión de Napoleón
Tras haber recorrido medio mundo, el marino vasco eligió
retomar la vida militar. Por ello, en 1799 partió a bordo del navío de
línea «Conquistador» hacia la ciudad francesa de Brest por órdenes del Primer Cónsul Napoleón.
Y es que, en aquellos años España era una gran aliada de Francia, cuya
obsesión era acabar con la potencia y el dominio de Gran Bretaña en el
mar.
Para ello, Napoleón se valdría de la potencia naval
española, en aquellos años de las más destacadas a nivel internacional.
«España era una nación títere de Francia, que anhelaba sumar al suyo el
poder naval de España, y sus navíos de guerra», determina Corral.
Napoleón regaló a Churruca un sable y dos pistolas de presentación
Ya en España, el español se volvería a hacer famoso al
escribir un tratado de puntería para la artillería de Marina. Después de
publicar este «best seller», Churruca solicitó el mando del navío de línea «San Juan Nepomuceno», a bordo del que viviría sus últimas horas de la forma más heroica que se puede imaginar.
Trafalgar, la contienda que cambió la historia
El verdadero reto de Churruca llegó cuando fue llamado a
combatir en la contienda naval que cambiaría la historia de España: la
batalla de Trafalgar. Esta, se produjo cuando la armada británica cercó a
la flota formada por buques españoles y franceses cerca del cabo Trafalgar (en Cádiz).
Definitivamente, había llegado la hora de saber quién daría un paso
adelante en la larga guerra entre el «pequeño corso» y la «pérfida
Albión».
«En la guerra entre Inglaterra y la alianza Francia-España
era muy importante el control del estrecho de Gibraltar. Napoleón había
decretado el cierre de todos los puertos del continente europeo a los
navíos ingleses, que tenían en Gibraltar su gran base para sus naves en
el Mediterráneo. La batalla de Trafalgar fue, por así decirlo, la batalla por el control del Estrecho y, por tanto, del Mediterráneo», sentencia Corral.
A los buques
Aquel 21 de octubre de 1805,
frente a las costas gaditanas, se sucedería una de las batallas navales
más grandes de la Historia. «La Armada combinada hispano-francesa
estaba formada por 33 navíos (15 españoles y 18 franceses) y la inglesa
por 27; además de naves de menor porte, como varias fragatas,
bergantines y corbetas por ambos lados», explica el historiador.
En cambio, la victoria se planteaba dificultosa para los
españoles y franceses, pues eran conocedores de lo bien pertrechada que
estaba la flota británica y sabían quién estaba a su mando: el
archiconocido Nelson, un estratega que había ofrecido a su país decenas de victorias.
La Armada combinada contaba con 33 navíos, la inglesa con 27
La batalla para Churruca
A bordo del «San Juan Nepomuceno», Churruca se preparó para
la batalla sabiendo de antemano la ardua tarea que le esperaba, pero
sin perder el valor en ningún momento. Tal era su determinación que, un
día antes de entrar en combate, envió una carta a su hermano en la que
se despedía diciendo: «Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto». No había duda, para el marino era la victoria o la defunción.
«Si sabes que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto»
Desde el comienzo, la contienda había dado un vuelco a
favor inglés debido a la precaria estrategia de Villeneuve. Y es que,
muchos de los barcos aliados se enfrentaron en clara inferioridad
numérica a los británicos mientras algunos de sus compañeros todavía no
habían entrado en combate. Precisamente eso le sucedió al «San Juan
Nepomuceno» de Churruca, al que la ruptura de la línea le obligó a combatir contra nada menos que seis navíos británicos a los que puso en serios aprietos gracias a su habilidad.
La muerte de un héroe
Pero, finalmente, el destino fue cruel con el vasco pues, mientras dirigía el combate desde el puesto de mando, una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por debajo de la rodilla, según afirma Emilio Aléman de la Escosura, director de la Fundación del Museo Naval.
Sin embargo, ni siquiera una herida tan grave pudo
inmovilizar a Churruca, que se mantuvo en su puesto e, incluso, arengó a
sus soldados para seguir combatiendo a pesar de que la derrota era
segura. «Además, se dice que al perder la piernas y no poder mantenerse
en pie ordenó que trajeran un cubo con harina (o con arena en otras versiones) y allí metió el muñón para mantener la estabilidad», explica Corral.
Al final, y para desgracia de sus marineros, Churruca acabó muriendo desangrado. De él se dice que no se quejó en ningún momento y se mantuvo estoico hasta el final. De hecho, ordenó clavar la bandera de su barco para que no fuera arriada tras el abordaje inglés. A su vez, dio órdenes antes de fallecer de que nadie se rindiera mientras en su cuerpo hubiera un leve aliento de vida.
Pero de poco le valió, pues, cuando se disipó el humo de
los disparos, no había duda: los españoles habían sido derrotados y
muchos de sus buques capturados. Los ingleses habían vencido en
Trafalgar.
Obstinado tras la muerte
Finalmente, el marino de Motrico protagonizó una curiosa
anécdota incluso después de muerto. Esta se produjo cuando los seis
capitanes ingleses pidieron al oficial de mayor rango del «San Juan
Nepomuceno» que entregara, como era tradicional, la espada del capitán
vencido a aquel de ellos que hubiera derrotado a Churruca. En ese
momento, y para sorpresa de todos, el español les dijo que, entonces,
deberían partir el arma en seis trozos pues, de haber atacado uno a uno,
no habrían vencido al vasco nunca.
«Con su muerte, España perdió uno de los mejores marinos de
la época, probablemente el más preparado y el único que tenía
conocimientos geográficos comparables a los de los mejores marinos
ingleses o franceses», añade el historiador.
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