Por una abrumadora mayoría, la Asamblea General de Naciones Unidas admitió esta noche a Palestina como “estado observador”, lo
que implícitamente supone el reconocimiento, por parte de la
organización más representativa de la voluntad internacional, de la
soberanía de los palestinos sobre el territorio ocupado por Israel desde
1967. Esta decisión abre un nuevo capítulo en un conflicto que se
prolonga por más de seis décadas y deja a Israel y a Estados Unidos en
el mayor aislamiento diplomático que han conocido jamás.
La votación no supone la admisión de Palestina como miembro de pleno derecho de la ONU,
un paso que corresponde al Consejo de Seguridad, ni tiene consecuencias
inmediatas en cuanto a la creación efectiva de un Estado. Pero da a los
palestinos renovada legitimidad en su lucha contra la ocupación y llama
la atención mundial sobre la urgente necesidad de poner fin a un
problema que explica en gran medida el clima permanente de inestabilidad
y violencia en Oriente Próximo.
Ahora solo les queda a ambos un intento de contención de daños. Poco antes de la votación, la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, hizo “un llamamiento urgente a las dos partes para que eviten acciones que, de alguna manera, pudieran dificultar la reanudación de negociaciones”. Washington pretende evitar que los palestinos acudan, como pueden hacer con su nuevo estatus, a la Corte Penal Internacional (CPI) o al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya contra Israel, lo que, definitivamente, alejaría cualquier posibilidad de diálogo, e intenta evitar también que Israel tome represalias, en forma de sanciones económicas o nuevos asentamientos, contra los palestinos. Al mismo tiempo, la Administración procurará que el Congreso norteamericano no congele los fondos de ayuda a los palestinos, lo que será difícil porque el apoyo a Israel en el Capitolio es mucho más categórico que en la Casa Blanca.Pese a todo su esfuerzo por reducir la transcendencia de esta votación, el resultado deja claramente en evidencia la posición insostenible en que Israel se encuentra para continuar la ocupación y la difícil situación de Estados Unidos como su único e incondicional valedor. Para EE UU el problema es doble, puesto que sus intereses en la región son múltiples y está obligado a jugar un papel decisivo en la promoción de las negociaciones de paz.
Si ninguno de estos escenarios más catastróficos se produce, si nadie
trata de aprovechar este momento en su particular beneficio, no es
imposible que la votación en la Asamblea General abra el paso a nuevas
negociaciones de paz. Pocas veces como en esta jornada en la ONU se
habrá visto con tanta nitidez que Palestina está ahí, soberana o no, y
que la solución de dos estados vecinos y pacíficos es la única que
beneficia a ambos.
Pero esa evidencia, tan solemnemente corroborada en Nueva York, no ha
hecho más fácil en el pasado el diálogo palestino-israelí ni tiene por
qué, necesariamente, hacerlo ahora. Múltiples factores conspiran en
estos momentos contra las negociaciones: la proximidad de las elecciones
en Israel, el reciente ascenso de Hamás, la interinidad en la que vive
la Administración de EE UU —especialmente su política exterior—, la
debilidad de Europa para convertirse en agente promotor de la paz. Todo
eso se podría superar si los principales protagonistas, Israel y los
palestinos, tuvieran voluntad de llegar a un acuerdo. Como se demostró
en Oslo en 1993, ambos son capaces de entenderse, por encima de
cualquier adversidad, cuando quieren hacerlo.
Sin embargo, Israel considera que el reconocimiento obtenido por
Palestina en la ONU supone una violación de los acuerdos alcanzados en
Oslo, por cuanto equivale a la ruptura del compromiso de hacer las cosas
de forma bilateral, sin tener en cuenta los numerosos asentamientos
judíos construidos unilateralmente desde esa fecha y la reciente negativa del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de aceptar las fronteras de 1967, aceptadas por Barack Obama, como la base para negociar el estado palestino.
Para Obama esta votación de la Asamblea General es, en cierta medida,
una frustración y un fracaso personal. Obama llegó, en la presión a
Netanyahu, todo lo lejos que puede llegar un presidente de EE UU que
quiera conservar su puesto. Es sabido que el primer ministro israelí no
respondió a esa presión. Ahora, también los palestinos desatienden sus
recomendaciones y acuden a un foro con larga tradición de proporcionar
largas sesiones de aplausos pero muy pocos resultados tangibles.
http://internacional.elpais.com/internacional/2012/11/29/actualidad/1354211937_218747.html
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