El famoso novelista del género de ciencia ficción H. G. Wells, llegó a escribir que “cada vez que veo a un adulto sobre una bicicleta, dejo de desesperarme por el futuro de la raza humana”. Si Wells tiene razón, el porvenir de la Tierra depende de que cada día haya más ciclistas, ya sea por la sostenibilidad, por la no dependencia del petróleo o por la salud de las personas. En este sentido, podemos ser optimistas, porque desde que el primer ser humano se puso en equilibrio sobre este invento de 1885, otros muchos lo han seguido. Sobre el planeta Tierra ruedan actualmente más del doble de bicicletas que coches. En el año 2007 se fabricaron en todo el mundo unos 130 millones de bicicletas, mientras que la producción total de coches en ese mismo año fue de unos 52 millones. Este medio de transporte es tan popular en China, India y todo el sureste asiático, como en Dinamarca, Bélgica, Holanda, Suecia o Finlandia.
Se dice que cuando un grupo de personas medita a la vez, se produce una beneficiosa resonancia que afecta a toda la humanidad. Es posible, que al pedalear se consiga un fenómeno similar. En Europa la “epidemia” se extiende desde el norte, donde millones de personas se mueven en bici pese a la lluvia y el frío, hasta el sur, donde su uso es un placer durante todo el año. Afortunadamente, la fiebre de la bici está llegando a España. Cuando el ayuntamiento de una ciudad como Barcelona se planteó montar un servicio de alquiler de bicicleta, pensó que con 15.000 habría suficiente. En pocas semanas 80.000 barceloneses se las disputaban pacíficamente, y ahora son más de 200.000 los usuarios que transitan sobre ellas por la ciudad condal. El éxito catalán ha llevado a que se implanten sistemas similares en Victoria, San Sebastián, Zaragoza, Mallorca, Valladolid, Sevilla y Pamplona, entre otras ciudades españolas.
El perfil del ciclista urbano se ha universalizado. Cada día aparecen en las calles nuevas clases de ciclistas que respetan los semáforos y a los peatones, no se arriesgan a colarse entre los coches, visten de traje y corbata cargando con su maletín en la bandeja de la bici, transportan las compras poco pesadas en la cesta del manillar, o arrastran los remolques para transportar a niños. El ejemplo de estos neociclistas, incentiva a muchos conductores de vehículos a motor a dar el paso de moverse también en bici, multiplicándose este efecto exponencialmente. Si observamos atentamente las conductas de estos neociclistas, podremos comprobar con el tiempo cómo, por efecto del milagroso pedaleo, son cada vez más informales a la hora de vestir, manejan la bici cada vez con más soltura y alegría, y sobre todo, como sus cabezas comienzan a llenarse de brillantes ideas para llevar una vida más sostenible. Esto no es ninguna fantasía, es algo que está ocurriendo. Siempre habrá que agradecer a los pioneros ciclistas radicales que se arriesgaban entre los coches y se manifestaban ante las autoridades locales por su papel inspirador, pero los que más contribuirán en la salvación del planeta son la gran masa de seguidores tímidos y tardíos.
Las leyes más simples de la física y de la economía son indiscutibles. La bicicleta es un medio de transporte extraordinariamente eficiente en términos de transformación de la energía en movimiento. El ser humano no tiene otra manera más eficiente de autotransportarse a mayor velocidad. Con la misma energía que gasta andando, se mueve cuatro veces más rápido en bici, debido a que el 99% de la fuerza que aplica el ciclista sobre los pedales, llega sin pérdida al eje trasero. Si se compara con otros medios de transporte, la bici gana con creces porque es mucho más económica, no contamina y ahorra tiempo en las distancias cortas. En las áreas urbanas, los desplazamientos de menos de cinco kilómetros son igual de rápidos o incluso más que si usamos otros medios de transporte. De hecho, si se incluyen los tiempos que se emplean en encontrar aparcamiento o en desplazarse hasta la parada de metro o autobús, más los tiempos de espera, casi siempre la bici resultará más veloz.
Ahora bien, la velocidad y el ahorro económico-ambiental que supone la bici no son sus únicas ventajas. En relación a un coche, ganamos el tiempo que se dedica a su repostaje, su mantenimiento y sus visitas periódicas al taller, pero sobre todo ganamos mucho tiempo al tener que trabajar menos por no tener que pagar mensualmente el préstamo firmado por su compra, ni los gastos de mantenimiento, seguro, limpieza, taller, multas e impuestos. Diversos cálculos rigurosos estiman que una persona debe trabajar, como media, al menos un día a la semana o una hora y media al día, para pagar su automóvil. A los costes personales del vehículo a motor, habría que sumar su repercusión sobre el medio ambiente y la sociedad. Entre todos pagamos la construcción y mantenimiento de las crecientes infraestructuras para la circulación de vehículos a motor, el sueldo de los agentes de tráfico, las indemnizaciones y pensiones para los heridos y familiares de fallecidos en accidentes de tráfico, así como los costes sanitarios para la recuperación de los accidentados y de los que enferman por la inhalación directa de los gases que emiten los vehículos. La bicicleta ahorra buena parte de este rosario de enormes gastos y mejora, la fuerza, la resistencia muscular, y la salud en general, además de permitirnos una mejor relación con el entorno, pues mientras pedaleamos, podemos admirar el paisaje o escuchar el canto de los pájaros.
Uno de los principales impedimentos para desplazarnos en bici es el temor a caernos o tener un accidente. Ese temor, es también un aspecto más de la cultura del miedo general en la sociedad occidental, especialmente en los entornos urbanos. Prueba de ello es que el temor a pedalear varía mucho en función de la clase social, la edad, el país o el momento histórico. Una de las principales responsables de este tipo de miedo es la industria del automóvil, que otorga al vehículo a motor el privilegio de ser cada vez más rápido y “seguro”. Esto encaja perfectamente en nuestra cultura de la individualidad, la seguridad, la velocidad y la imagen. Sin embargo, en la misma medida que aumenta la seguridad del conductor, disminuye la de quienes están fuera del vehículo. Mientras que dentro se está cada vez más protegido por estructuras resistentes y airbags, peatones y ciclistas quedan cada vez en inferioridad de condiciones. La potencia y rendimiento de los nuevos motores, así como el confort y la seguridad de viajar dentro de un coche, invitan a muchos a viajar más rápido y más lejos. Sin embargo, por mucho que nos quieran seducir o engañar, está demostrado que ir en coche y no pedalear sigue siendo mucho más arriesgado para la salud. Abandonar una vida sedentaria y combatir las causas del miedo son enormemente saludables.
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