Queremos referirnos a la naturaleza del préstamo con interés, meditar sobre los síntomas y su significado. Lo hacemos desde la más completa ignorancia sobre cuestiones económicas, con la convicción de que no se trata de una cuestión meramente económica, sino con repercusiones escatológicas y espirituales. Se trata de la pérdida de un mundo y su sustitución por otro. De cómo el valor de las cosas es transformado en precio, una abstracción que varía en función de intereses de mercado. Una degradación de la riqueza natural que sitúa la especulación por encima de la realidad, generando desigualdades y miseria.
Ver articulo en: http://www.webislam.com/?idt=20371
Sabemos que cualquier consideración sobre la usura se presta a las más oscuras demagogias, pues la imagen del “usurero” lo hace blanco fácil del discurso populista. En el actual estado de cosas, cuando la vida de millones de personas se desintegra a causa de un sistema económico basado en el beneficio a toda costa, se hace necesario buscar explicaciones, y no siempre la razón es la guía de los expoliados. Por citar un ejemplo: la lucha contra la usura fue esgrimida como un señuelo por los fascismos europeos en el siglo XX. Desde el momento en que sabemos que el régimen nazi fue financiado por cierta banca internacional y la industria metalúrgica alemana, comprendemos que no todas las condenas de la usura son lo que parecen, ni tienen como fundamento la búsqueda de la justicia. El fascismo, sea del tipo que sea, no aporta un equilibrio, sino un desequilibrio más profundo. Frente al mundo ordenado de las tenedurías de libros, significa la vuelta a las pulsiones de la aventura y el militarismo. En palabras de Ernst Jünger: la irrupción de poderes elementales en el medio burgués... Pero no nos engañemos: esta irrupción no es espontánea, ha sido realizada según un cálculo preciso.
La lucha de los musulmanes no tiene nada que ver con esos movimientos, ni puede transigir con ellos. El Islam presenta una forma de vida orgánica, donde las necesidades externas e internas deben ser satisfechas de un modo equilibrado. Debemos ser conscientes de que, hoy más que nunca, la lucha contra la usura no se diferencia de la lucha contra la tiranía, la injusticia o el militarismo, y que las sectas que predican la lucha armada (sean políticas o religiosas) tan solo están alimentando al monstruo que dicen combatir. Si en siglo XX el fascismo fue la “anti-vacuna” que se inyectó el sistema para desarrollarse, hoy lo son el “terrorismo islámico” y el “fundamentalismo religioso”. No en vano, son formas del mismo nihilismo que impone las leyes del mercado. Por él ha sido financiado, y a él rinde su servicio.
Frente a esto, nuestra condena de la usura se inserta en una tradición mucho más noble: la de las cosmovisiones tradicionales, que predican el equilibrio como base de las relaciones entre las personas, y entre estas y la naturaleza. Armonía entre el precio y el objeto, entre la representación y lo representado, entre la razón y los instintos, entre lo masculino y lo femenino, entre el cielo y la tierra. Una armonía que no es estática sino dinámica: en el campo de las transacciones económicas, este dinamismo está representado en el comercio.
Puede parecer ingenua, pero la consideración sobre la usura como una ruptura del equilibrio natural entre dos polos explica que haya sido condenada a lo largo de la historia como un crimen contra la humanidad. En la usura, el beneficio obtenido no es equivalente al trabajo realizado, ni a su cualidad o al beneficio que ese trabajo reporta al conjunto de la sociedad. La usura acumula sin gasto, rompe la circularidad de la energía. Hoy en día estamos tan acostumbrados a la usura que nos cuesta comprender la dureza con la cual nuestros antepasados se referían a ella. El gran Cicerón (De Oficiis, II, XXV, Acerca de Cato) la considera equivalente a un asesinato. Ciertamente: la usura mata, y hoy a gran escala.
Trazar la condenación de las tradiciones a la usura nos llevaría mucho tiempo. Aquí señalaremos algunos momentos, más que nada para que no se nos vea como unos locos aislados. Más bien al contrario: el actual sistema económico mundial representa una aberración en la historia, causante directa de la ruina de continentes enteros. Millones de personas han muerto en los últimos dos siglos a causa de las actuales condiciones económicas y la supremacía del préstamo con interés, que no es sino el mecanismo mediante el cual la destrucción se da a si misma una apariencia civilizadora. Esto es una paradoja: una destrucción que viste y uniforma, que se da como búsqueda de la seguridad y que juega con el miedo del hombre ante lo precario de su naturaleza.
Queremos invitar al ejercicio de las facultades mentales más que a una toma de posición dogmática, cerril e inoperante. Una vez establecida la naturaleza de la usura, y lo que nos dicen algunas tradiciones sobre ella, será necesario reconocer su presencia a lo largo de la historia, a pesar de las ilustres prohibiciones. ¿Hasta que punto el préstamo no es una necesidad social? ¿No es ingenuo pensar que alguien vaya a prestar nada desinteresadamente? ¿No relega eso la economía a las relaciones familiares o comunitaristas, imposibilitando el desarrollo de múltiples iniciativas? ¿No pertenece la prohibición de la usura a un mundo tribal periclitado? ¿Qué soluciones han propuesto los juristas musulmanes del periodo clásico y hasta que punto pueden funcionar hoy en día? ¿Es la llamada “banca islámica” respetuosa con la prohibición coránica de la usura? Una serie de preguntas que debemos formular si no queremos que nuestro discurso se limite a las consabidas maldiciones sin futuro.
Más importante aún que la condena, debemos hacer la defensa del comercio. Solo siendo conscientes del carácter del comercio como la relación benéfica entre el mundo natural y la cultura humana, y de la mediación que el dinero facilita, podremos comprender la armonía que la usura viene a destruir, y estaremos en disposición de leer nuestro presente y meditar formas válidas de resistencia.
1. Apuntes sobre la usura en la historia
“... terrorífica ruptura entre los dos órdenes a que pertenece el hombre: el orden de la realidad y el orden de los valores...”
S. Pétrement, Le Dualisme chez Platon, p. 157.
La historia de la usura es larga, como también la del combate en contra de ella. Las referencias más antiguas que conocemos se encuentran en los Vedas (entre el 2000 y el 1400 a.C.), que hindúes y musulmanes consideran Palabra revelada. En los Vedas la usura se asimila a cualquier préstamo que entrañe interés, por pequeño que sea: la balanza exige equivalencia, todo interés degrada la condición humana. Esta condena se encuentra repetida en los Sutras (700-100 a.C.), así como en los Jakatas budistas (600-400 a.C.). El desprecio que los textos budistas muestran por esta práctica merece ser destacado, especialmente en estos tiempos en los cuales se trata de hacer pasar al budismo por una religión inofensiva. Pregunten a un budista que piensa de la necesidad burguesa de seguridad, de la libre competencia, de la publicidad, de la incitación al consumo y la exacerbación de las pasiones, de la obsesión sexual en que viven presos los occidentales. Pregunten lo que piensa sobre usura.
En el Vedanta, la condena de la usura tiene unas connotaciones trascendentes. El sentido de lo real y lo irreal, de lo representado y su fantasma (mental) queda vulnerado en la práctica usurera. En la usura el hombre se engaña a si mismo mediante el falseamiento del objeto de la búsqueda. Se trata de una superimposición (adhyâsa) injustificada, como cuando atribuimos realidad a los objetos del mundo exterior sin dejar de considerarlos parte de nosotros mismos... El intercambio justo no mancha al jîvamukta (liberado en tierra), que permanece desapegado de lo que pasa por sus manos, sin tocarlo más que aparentemente. Solo un esclavo de sus representaciones puede pretender sacar un beneficio de lo que no tiene realidad en si mismo. Dado lo absurdo de esta pretensión, el usurero acumula ficción sobre ficción, permaneciendo insatisfecho. A cada cual su infierno, a cada cual su paraíso.
También el Tao Te King aconseja sobre usura:
“Renuncia al engaño y arroja la usura, y no habrá más bandidos y ladrones.”(Capitulo XIX)
Si vamos a Grecia y Roma clásicas, tanto Aristóteles (Política, 1258 b 1, 2-8) como Platón condenaron la usura (Leyes v. 742), así como Aristófanes (Las nubes, 1283), Cicerón (De Oficiis, II, XXV, Acerca de Cato) y Séneca (De Beneficiis, VII, X). Plutarco (Moralia, Sobre el préstamo, 829) resalta lo irracional del cobro de intereses:
“[los prestamistas] hacen burla de los científicos, que dicen que nada surge de la nada; para estos hombres los intereses surgen de lo que aún no tiene existencia... pues prestan dinero contra la ley, cobrando impuestos de sus deudores o más bien, si debo decir la verdad, estafándolos en el acto del préstamo; pues quien recibe menos que el valor nominal de su documento es estafado”.
En Roma, las reformas legales llevadas a cabo durante la República (340 a.C.), conocidas como Lex Genucia, prohíben la usura y el cobro de intereses. El derecho romano posterior establecía que quien hubiese contraído un préstamo estaba obligado a la restitución del tantundem: la misma cantidad prestada. Cuando la usura se convirtió en una práctica corriente, se permitió el stipulatio usurarum, en el que se establecía que, junto al tantundem se podía exigir una suma libremente pactada entre las partes. La extensión del fenómeno usurario obligó a la legislación romana a fijar la tasa máxima de interés, que en el año 88 antes de Cristo era del 1% al mes (usurae centesimae). Según cuenta Tácito en sus Anales, mediante el recurso a expedientes falsos se propagó la práctica de imponer unas tipos de interés mucho mayores a los establecidos por la ley. De esto se puede deducir que la ley no hizo sino adaptarse al fenómeno del préstamo con interés aún reconociéndolo contra natura (usura non natura, sed iure percipitur). A partir de aquí nos encontramos con un salto, que señala a la conexión entre la usura (acumulación de capital), la esclavitud (explotación del trabajo) y el imperialismo (expansionismo militar). Bajo Julio César, se impone un interés máximo del 12 %, tasa que bajo Justiniano se situó entre el 4 y el 8%. Según Gonzalo Puente Ojea:
“En la Roma del primer siglo del Imperio, el usurero era un personaje omnipresente en todos los mecanismos de la explotación”. (El fenómeno estoico en la sociedad antigua, p. 171).
Como vemos, el levantamiento de la prohibición tradicional tiene antecedentes en el mundo antiguo. Otro ejemplo son las Leyes de Manu (cerca del 1500 a.C.), donde se establece una distinción entre el interés legal y la usura, del mismo tipo que hoy existe. En el Código de Hammurabi se pauta una tasa de interés, pero también se estipula tolerancia ante la imposibilidad de pago dadas ciertas circunstancias: “Si un hombre ha estado sujeto a una obligación que conlleva intereses y si la tormenta ha inundado su campo y arrebatado su cosecha, o si, carente de agua, el trigo no creció en el campo, este año no dará trigo al acreedor, sumergirá en agua su tableta y no dará el interés de este año”. Los códigos ancestrales son mucho más misericordiosos que los actuales.
En el judaísmo, la prohibición de la usura está estipulada en la Torah:
“Si le prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que vive a tu lado no te comportarás con él como un usurero, no le exigirás interés”. Éxodo 22:24“Si tu hermano se queda en la miseria y no tiene con qué pagarte, tú lo sostendrás como si fuese un extranjero o un huésped, y él vivirá junto a ti. No le exijas ninguna clase de interés: teme a tu Dios y déjalo vivir junto a ti como un hermano. No le prestes dinero a interés, ni les des comida para sacar provecho”. Levítico 25:35-38
A pesar de ello, en el Deuteronomio se establece una distinción entre el judío (o el nacional) y el extranjero:
“No obligues a tu hermano a pagar interés, ya se trate de un préstamo de dinero, de víveres, o de cualquier otra cosa que pueda producir interés. Al extranjero podrás prestar a interés, más a tu hermano no prestarás así.”(Deuteronomio, 23:20).
La parte final de este versículo, notablemente falsa, facilitó a los judíos una salida durante los años de las persecuciones. Aquí, el instinto de supervivencia tiene mucho que decir, sobre todo en el ámbito cristiano, donde a los judíos se les prohibía la práctica de numerosos oficios, y eran considerados ciudadanos de segunda. Superada la imagen infantil del “judío avaricioso”, habría que señalar a los califas musulmanes y a los reyes cristianos, tanto de oriente como de occidente, como responsables del surgimiento de una poderosa banca judía en el corazón del mundo islámico y de la cristiandad. La iglesia católica y los alfaquíes prohibían la usura, pero esta era útil a sus intereses de Estado. Entonces, ¿por qué no recurrir a un pueblo que tenía una “licencia de Dios” al respecto? En el mundo islámico, delegar las prácticas usurarias a los judíos fue habitual durante siglos, con el agravante hipócrita de que uno no se “mancha las manos con la usura”, y a pesar de que el Qur’án declara que la “licencia” concedida a los judíos para practicar la usura es falsa:
“Prohibimos a los judíos cosas buenas que antes les habían sido lícitas, por haber sido impíos y por haber desviado a tantos del camino de Al-lâh, por usurear, a pesar de habérseles prohibido”.(Qur’án 4:160-161)
La condena de la usura es repetida en otros paisajes de la Torah, como en los Salmos de Daud, que la paz sea con él, donde se excluye al usurero de la hospitalidad del Señor:
“Señor, ¿quién será huésped de tu tienda? (...) El que no presta con usura su dinero ni acepta soborno contra el inocente.” (Salmo XIV)
Hay que superar las imágenes y los estereotipos. La usura no es judía ni cristiana ni hinduista: es un crimen contra la humanidad. La banca no es judía, ni protestante, ni cristiana, aunque en su mayor parte esté en manos de fundamentalistas de estos grupos. Sin embargo, es preciso ser claros y saber distinguir entre la práctica de la usura y cualquier forma de espiritualidad, precisamente porque la usura implica el predominio de una concepción groseramente materialista de la vida: búsqueda del beneficio, ruptura con los semejantes. Del mismo modo que pedimos que se diferencie entre los llamados “terroristas islámicos” y el “verdadero Islam”, debemos saber distinguir entre el verdadero protestantismo, cristianismo y judaísmo, respetar estas tradiciones reveladas y considerarlas en igualdad de condiciones que el Islam: como muestras de la variedad querida por Al-lâh.
2. Cristianismo
Mención especial merece el cristianismo, pues ha sido con su declive que se ha instaurado la usura a escala planetaria. La prohibición del préstamo con interés ha sido una práctica unánime en la historia de la Iglesia Católica hasta el siglo XIX, donde las circunstancias (más bien los intereses) se impusieron. La prohibición viene del Antiguo Testamento, y los padres de la Iglesia entendieron que fue renovada por Jesús hijo de María, la paz sea con él, en el Evangelio de Lucas:
“Prestad sin esperar recompensa”. (Lucas, VI, 35)
Entre los padres y sabios de la Iglesia que arremetieron contra la usura, mencionaremos a Gregorio de Nicea (Patrología Griega 46, 434); Juan Crisóstomo (Patrología Griega 53, 376: 57, 61 s); Agustín de Hipona (Patrología Latina 33, 664); Tomás de Aquino (Summa Theologiae II-II q. IXXVIII, y “De malo” q. XIII, t.2ª 14); Duns Escoto (In IV Sentet, d.15, q.2, nn. 17-20 y 26), etc. (Referencias tomadas de “La cuestión de la usura”, por ‘Umar Ibrahim Vadillo). Tomás de Aquino realiza una comparación curiosa: prestar con usura es tan tramposo como hacer pagar por el vino y su uso por separado.
Basilio Magno (otro “santo”, siglo IV) señala el carácter insaciable de la usura. Esto tiene una explicación muy simple: dado que los bienes que la usura proporciona no son riquezas reales, sino monedas y números, el usurero queda siempre insatisfecho (recordar el Vedanta):
«El pobre buscaba una ayuda y lo que ha encontrado es un enemigo. Buscaba una medicina y ha encontrado un veneno. En vez de socorrerle en su pobreza lo que has hecho es enriquecerte con su miseria (...) Los perros cuando reciben algo se vuelven mansos; pero el usurero cuando se embolsa su dinero se irrita mayormente. No cesa de ladrar pidiendo siempre más (...) Apenas ha recibido el dinero cuando ya te está pidiendo el dinero del mes en curso. Y este dinero prestado genera un mal tras otro, y así hasta el infinito». (Homilía sobre el Salmo XIV).
Y así es en el presente. El catolicismo ha condenado la práctica de la usura por lo menos en nueve Concilios ecuménicos. En el de Nicea (en el año 325), la prohibición del interés sólo regía para el Clero, bajo pena de degradación eclesiástica. Se suponía que un hombre dedicado a Cristo no podía actuar movido por ninguna clase de interés mundano. En los Capitulares de Carlomagno, la prohibición se hizo extensiva a toda la población. Sin embargo, la práctica de la usura no desapareció. El Concilio Luterano II (1139), se recalcaba la condena de la actividad usuraria, también si ésta se desarrollaba según el antiguo derecho romano. Es decir: la condena de la usura se refiere a cualquier tipo de interés, por pequeño que sea. Los usureros, tanto clérigos como laicos, eran considerados infames de por vida siendo privados de la sepultura cristiana. El Concilio de Letrán (1179) renovó la condena de la usura definiéndola como un crimen:
“...nosotros ordenamos que los usureros manifiestos no sean admitidos a la comunión, y que, si mueren en pecado, no sean enterrados cristianamente, y que ningún sacerdote les acepte las limosnas”.
Más tarde, el Papa Alejandro III declaró la nulidad del testamento del usurero manifiesto. No es lícito dar en herencia a los parientes (lazos de sangre) lo que se ha adquirido mediante la vulneración de esos mismos lazos (artificialidad del interés). El Concilio ecuménico Luterano IV (año 1215), ordenaba a los cristianos abstenerse de relaciones comerciales con judíos para evitar la usura. El Concilio ecuménico de Lyón (año 1245), tras expresar la gravísima preocupación por la “vorágine de intereses” (usurarum vorago) que había destruido muchísimos patrimonios eclesiásticos, prohibía de modo tajante contraer préstamos con interés.
El Concilio ecuménico de Viena (1311-1312), señalaba que «ofendiendo a Dios y al prójimo» en diversas localidades estaba autorizada la usura, imponiendo además el cobro con sanciones coercitivas. Se establecía la excomunión de todos aquellos que mediante decretos o sentencias respaldasen el derecho de los usureros a cobrar los intereses estipulados. En el decreto 29 se lee:
«Si alguien cayese en el error de afirmar con insistencia que ejercer la usura no es pecado, disponemos que sea castigado como hereje».
Este decreto, como todos los anteriores, excomulgó a la actual Iglesia.
El Concilio ecuménico Luterano V (año 1515) establecía que «en sentido propio se comete usura cuando del uso de una cosa que no produce nada, se pretende obtener, sin fatiga y peligro, una ganancia y un fruto». El Concilio ecuménico de Trento (año 1566), remacha la condena a los usureros «implacables y crueles en sus rapiñas, que robaban y desangraban al mísero pueblo». Se especificaba que la usura consistía en recibir una cantidad más, fuese la que fuese, añadida al capital prestado, tanto en dinero como de otras formas, y concluía diciendo que este delito siempre fue considerado odioso y mucho más grave que otros, incluso entre los paganos.
La última gran declaración de la Iglesia contra la usura (entendida siempre como cualquier interés, por pequeño que sea) aparece en la Encíclica Vix Pervenit del Papa Benedicto XIV en el año 1745, en la que se condena:
«ese género de pecado que se llama usura y que (...) consiste en que partiendo de un préstamo, el cual por su propia naturaleza pide que se restituya sólo la cantidad prestada, se quiere restituir más de lo que se recibió; y por esto mantiene que hay que añadir al capital una cierta ganancia debido al mismo préstamo. Debido a esto, cualquier cantidad de este tipo que supere el capital prestado, es ilícito y usurario».
Hoy en día la usura no solo es permitida sino practicada por la Iglesia Católica. Se pretende justificar el cambio mediante la distinción entre el interés moderado (permitido por ley) y la práctica usurera (practicada por prestamistas), que se habría convertido en un interés excesivo. Como hemos visto, esta distinción es arbitraria, y ha sido una y otra vez explícitamente rechazada por la Iglesia. El cambio en la definición de las palabras puede ser muy útil. Así, hoy en día la Iglesia puede seguir condenando la usura y practicarla. Sin embargo, cualquiera que tenga una mínima perspectiva histórica no puede dejar de sorprenderse: ¿cómo es posible que la Iglesia haya renunciado a una prohibición de siglos? ¿Cómo es posible que se haya doblegado tan descaradamente a los intereses económicos? Lamentable, vergonzoso, repugnante... res frugífera: la adjetivación se reproduce.
Mucha gente no ve la usura como algo tan terrible, y sin embargo, eso no es lo que se desprende de los textos antiguos. Un católico notable por su humor y su agudeza, K. G. Chesterton, escribió que dentro de unos años el asesinato dejaría de ser considerado como un delito, y que las librerías facilitarían libros sobre como asesinar a su vecino. Basaba su predicción en la actual licitud de la usura, considerada como un crimen a lo largo de la historia.
Chesterton tiene razón: pensemos en otras transgresiones que ahora nos parecen evidentes —canibalismo, incesto, violación— y pensemos en una gran maquinaria propagandística que las hace lícitas... dentro de unos años todo el mundo violaría sin problemas de conciencia, considerando como un derecho la satisfacción de sus deseos, o los padres gozarían de sus hijas sin remordimientos.
Protestantismo
El levantamiento de la prohibición de la usura por parte de la Iglesia Católica es una respuesta a su desarrollo en los países protestantes. Lutero se muestra desfavorable a la usura, aunque con matices: «un interés puede ser reclamado cuando, tras cumplirse el plazo para su restitución, el prestamista debe a su vez efectuar otros pagos o hacer frente a gastos imprevistos, o bien porque el retraso trae consigo la pérdida de beneficios». Aquí nos situamos en el camino de la aceptación, aunque de un modo limitado.
El gran cambio se dio entre los sectores más puritanos del protestantismo. En la ciudad libre de Ginebra, Juan Calvino se declara partidario de la usura sin término medio. A diferencia de cuanto defendieron Tomás de Aquino y Aristóteles, quienes consideraban al dinero como un puro y simple medio de intercambio, Calvino establecía que el dinero era res frugifera, es decir: un “terreno fértil y fructuoso” que hay que cultivar y del cual se deriva la plena legitimidad del interés. Es decir: Calvino vino a considerar que era lícito que el dinero engendrase más dinero, pues es también una criatura de Dios.
La idea de la fertilidad del dinero tiene un doble sentido en la ética calvinista. El puritanismo provoca una acumulación de energía sexual (libido), y esta energía tiene que buscar una salida. Si unimos esto a la gran censura de lo imaginario (represión de cualquier forma de sublimación de esa energía en imágenes, obras de arte, poesía...), nos damos cuenta de que la usura logra una salida (su eyaculación, si se permite): la acumulación de algo abstracto y neutro como es el dinero. Es el nacimiento de la banca. El ahorro tiene que ver con la ausencia de gasto y la transformación de todos los bienes terrenales en bienes abstractos: en monedas. Solo teniendo en cuenta esto comprenderemos que en 1638, un discípulo de Calvino, Claude Saumaire, llegase al extremo de decir que cobrar intereses era necesario para la salvación... ¡Transvaloración de todos los valores!
3. La prohibición de la usura en el Qur’án
Hemos visto que la prohibición de la usura establecida por Al-lâh en el Qur’án se inserta en el conjunto de prohibiciones expresadas por las cosmologías tradicionales, y que el levantamiento de dicha prohibición ha sido una tergiversación de los valores que han movido a la mayoría de las civilizaciones hasta hace poco tiempo.
Existen unas aleyas de la surat al-baqara donde se expresa todo lo concerniente a la usura:
“Los que devoran la usura se comportan como aquel a quien el toque de Satán ha sumido en el desconcierto; porque dicen: “El comercio es una forma de usura” —siendo así que Al-lâh ha hecho lícito el comercio y ha prohibido la usura.
Así pues, quien sea consciente de la advertencia de su Sustentador y desista [de la usura], podrá quedarse con sus ganancias pasadas y su caso queda en manos de Al-lâh; pero los que reincidan —¡esos están destinados al fuego y en él permanecerán!
Al-lâh desprovee a las ganancias de la usura de toda bendición, pero bendice los actos de caridad con un incremento multiplicado. Y Al-lâh no ama a quien es pertinazmente ingrato y persiste en el error.
Ciertamente, quienes han llegado a creer, realizan acciones hermosas, son constantes en la oración y dan por solidaridad [sadaqa] —tendrán su recompensa junto a su Sustentador y nada tienen que temer ni se lamentarán.
¡Oh vosotros que habéis llegado a creer! Sed conscientes de Al-lâh y renunciad a todas las ganancias de la usura que tengáis pendientes, si sois creyentes; porque si no lo hacéis, sabed que estáis en guerra con Al-lâh y Su Enviado. Pero si os arrepentís, tenéis derecho a [la devolución de] vuestro capital: no seréis injustos ni se os hará injusticia.
Sin embargo, si [el deudor] está en apuros, [concededle] una prórroga hasta que esté desahogado; y sería mejor para vosotros —si supierais— condonarle [toda la deuda] considerándola una dádiva.
Y sed conscientes del Día en el que seréis devueltos ante Al-lâh. Entonces, cada ser humano recibirá lo que se haya ganado y nadie será tratado injustamente.”
(Qur’án, surat 2, ayats 275-281)
En estas aleyas se encuentran todos los temas relacionados con la usura:
1. La prohibición de la usura 2. La licitud del comercio 3. La distinción entre usura y comercio 4. La prevención contra los que defienden la usura como comercio 5. El carácter depredador de la usura 6. El carácter injusto de la usura 7. El que se reconoce musulmán no tiene la obligación de devolver lo ganado con usura en el pasado (no mirar atrás) 8. La oposición entre sadaqa (dar sin interés alguno) y usura 9. La licitud del préstamo sin usura 10. El derecho del deudor a pedir una demora para satisfacer las deudas 11. La usura como una ceguera y falta de conciencia 12. Las actividades económicas desde el punto de vista de la salvación (salud) 13. La justicia debe presidir las relaciones comerciales y de trabajo: cada uno debe recibir lo que se ha ganado mediante su esfuerzo personal (a cada cual según su capacidad y su trabajo) 14. Los que viven de la usura están en guerra contra Al-lâh
Esta última sentencia es decisiva, y expresa con contundencia la actitud que los musulmanes deben tener frente a la usura. Desde el descenso de estas aleyas la obligación de los musulmanes es la de enfrentarse a aquellos que practican la usura. Esto puede ayudarnos a comprender la verdadera naturaleza de la brecha que se abre actualmente entre el capitalismo y el islam. Más allá de los argumentos falaces que la prensa reproduce, ésta es una de las auténticas razones de la persecución del Islam a escala planetaria. Siendo así, es necesario que la pongamos en un primer plano y la demos a conocer a todos aquellos movimientos sociales que luchan contra la explotación y la depredación generalizadas.
La usura ha conducido a la ruptura de la solidaridad y encuentro en un mismo plano entre los diferentes pueblos y cosmovisiones sagradas que habitan el planeta. Implica la destrucción de la diversidad y de la coexistencia de diferentes narraciones y cosmovisiones en igualdad de condiciones. Los pueblos tienen el tiempo, pero el capital tiene el dinero. Se pretende instaurar la supremacía de unos pueblos sobre otros, imponiendo un modelo económico controlado por unos centros de poder financiero que especulan con el hambre de cientos de millones de personas. De vez en cuando una hambruna mata a unos cuantos millones, pues el precio en bolsa de las semillas ha subido.
La usura implica la ruptura del equilibrio planetario, de la armonía que debe presidir todas las relaciones entre las criaturas: entre el precio y el objeto, entre la recompensa y el esfuerzo, entre la representación y lo representado, entre la razón y los instintos, entre lo masculino y lo femenino, entre el cielo y la tierra, etc. Eso que el Qur’án denomina la balanza (al-mîçân), y tiene su mejor expresión en el talión: medida por medida.
“Allâ tátghau fî l-mîçâni wa aqîmû l-wáçna bil-qísti wa lâ tujsirû l-mîçân”.
“No os excedáis en la balanza, y enderezad el peso según la justicia y no arruinéis la balanza”.
(Qur’án, surat ar-Rahman 8-9)
La palabra coránica que se traduce por usura es riba, literalmente “incremento”: no existe una diferencia entre préstamo con interés legal y usura, porque todo incremento es riba. El árabe no nos permite falsear el mandato coránico, distinguiendo entre un “incremento licito” (tasa de interés) y un “incremento ilícito” (usura). La tradición no puede ser más clara:
“Abu Saíd Judri reportó que el Mensajero de Al-lâh dijo: Oro por oro, plata por plata, trigo por trigo, cebada por cebada, dátil por dátil, y sal por sal, deben ser vendidos en equidad unos con otros. Cualquiera que demandó o pagó más de lo debido, ha cometido una transacción de usura. Tanto el comprador como el vendedor, quien da y quien recibe son iguales al respecto.”
(Recogido por Muslim en su Sahih)
Medida, balanza, equivalencia, correspondencia: ausencia de usura o incremento. En cualquier caso en que la balanza se decanta hacia uno de los dos polos, lo hace a costa del otro. En cualquier caso en que un hombre cobra intereses, lo hace a costa de otro. Actuar movido únicamente por interés es destructivo, y no conduce a aumentar la riqueza real sino a desvalorizar la ya existente.
En realidad, lo que se acumula son grandes cantidades de dinero, pero este no es un bien en si mismo, sino un mecanismo para facilitar el intercambio de los bienes reales. En este sentido, el dinero es un bien, una medida que permite establecer los valores de las cosas. El dinero es un mecanismo para superar las dificultades de desplazamiento y fomentar los intercambios entre lugares remotos. En este sentido nos abre al mundo. El Profeta Muhámmad, que la paz sea con él, era comerciante. Fomentó el uso de las monedas, y estas han sido fundamentales para el desarrollo de la civilización islámica en el pasado.
El carácter devorador de la usura fue percibido con especial claridad por Aristóteles (Política, 1258 b 1, 2-8), quien consideraba toda transacción como una cuestión de justicia, una toma de medida: la búsqueda de la equivalencia entre las cosas intercambiadas. Así, el salario se estipula como valoración del esfuerzo realizado, y la venta es un equivalente: a tanto valor tal remuneración. En una transacción comercial, debe mantenerse la equivalencia: ojo por ojo, moneda por moneda. Cuando la equivalencia se rompe —te doy cinco vacas a cambio de seis vacas— se está rompiendo un equilibrio que está en la base misma de las cosas. Esa vaca de más carece de sentido, es un ojo que no ve y un cuerpo que no come. El cobro de intereses implica una transacción de tipo no-natural: te doy cinco monedas a cambio de siete.
Este principio es conocido como la “teoría de la esterilidad del dinero”, es decir: el dinero, en si mismo, no tiene capacidad de generar riqueza real (alimentos, ropa, ganado, etc.) sino que sirve para facilitar el intercambio de los verdaderos bienes. El dinero ni se come ni se viste ni es un techo, no sirve más que para otros fines, y no es natural que genere más dinero, que procree.
Como hemos visto, esta teoría fue contestada por Calvino, quien consideró al dinero como capaz de reproducirse. Esto equivale a considerarlo como una criatura, lo cual no es en absoluto un disparate. Pero: ¿qué clase de criatura puede ser emitida en un laboratorio? Esto nos remite a otro tipo de equilibrio: entre naturaleza y artificio: ¿hasta que punto el dinero —omnipresente en la historia— pertenece a la naturaleza? ¿Hasta que punto es un mero artificio? Si el dinero es una criatura, no puede ser emitido en un laboratorio: tiene que estar respaldado por algo real. De ahí la importancia que las monedas de oro y de plata tuvieron en el pasado, ya que ni el oro ni la plata pueden reproducirse artificialmente.
La relación entre el dinero y la reproducción no se agota en esto. Pensamos que la usura es un modo de compensar la esterilidad de algunos hombres, pobres en creaciones y en capacidad de vida. Tradicionalmente la mujer ha estado vinculada a un mundo telúrico que se desvaloriza con la usura. Así, el ámbito donde ella domina pierde valor y queda reducido. Desde que usura domina nuestras vidas lo femenino es débil y no se reconoce, de ahí la necesidad de movimientos reivindicativos. Los puritanos de todas las religiones y lugares valoran la artificiosidad del dinero porque los aleja de la mujer-naturaleza, que ellos consideran pecadora. La práctica generalizada de la usura y la degradación del papel de lo femenino en la sociedad son paralelas, hasta el punto de que este papel tiende a ser sustituido: usura es la generatriz, la que crea riqueza, y esta riqueza artificial es más importante que la vida.
La usura nos aleja del mundo natural (mundo de los valores reales), lo destruye y crea otro en su lugar (mundo de los valores económicos). En palabras de Blaise Pascal: “si la verdadera naturaleza se ha perdido, todo puede ser naturaleza”. De ahí las ciudades de hormigón, de ahí la inversión de valores, hasta el punto en que la destrucción de la naturaleza es considerada como creación. La capacidad reproductiva del dinero entra en competencia con la de la mujer, la convierte en generadora de una vida destinada a la muerte, frente a la riqueza que se acumula y permanece: ahorro de energía para la salvación de los espíritus en contra de la carne. De ahí que las mujeres ya no quieran ser mujeres. Por usura.
La confusión entre el valor monetario y la riqueza real se proyecta en el terreno. La riqueza real es concreta, aquí y ahora. Que la riqueza ficticia domine a la riqueza real quiere decir que el espacio trata de usurpar las condiciones temporales. De ahí el carácter expansionista de la usura: siempre necesita nuevos territorios. Mientras exista un lugar donde los valores reales sean vividos como tales, la usura sale derrotada. Mientras exista un lugar donde se tenga acceso a la Realidad en si misma, todas las abstracciones y el discurso del poder carecen de sentido. De ahí la persecución que el Islam sufre hoy en día en todo el mundo, y de ahí también que el Islam esté creciendo como la única alternativa viable a un mundo de valores abstractos, mitomanía y artificio. Nos referimos, claro está, al Islam como sometimiento consciente a la Realidad Única, y no a ninguna religión de Estado.
Comercio justo
Frente a la usura como destrucción del equilibrio natural entre el precio y el objeto, debemos recuperar la idea del comercio justo. El comercio justo se da como intercambio entre criaturas perecederas, como un modo de fluir, de comunicación, de encuentro. El comercio es un modo mediante el cual el hombre rompe sus fronteras, un modo de acercarse al otro, de verse obligado a entablar una comunicación, a encontrar un lenguaje común y entenderse. El comercio facilita que lo que unos cultivan o fabrican sea consumido por otros, y que estos entreguen asimismo sus secretos. A través del comercio la tierra se hace una: tenemos acceso a los productos de secano en un lugar de regadío. Tenemos acceso a los bienes de la sabana en el desierto, de la selva en la ciudad. El comercio rompe con el compartimiento estanco de nuestro ecosistema y nos aboca al otro. Nuestra mirada se posa sobre el fruto, abarca el horizonte. No somos únicamente de aquí, aunque el comercio también nos alienta a explotar las riquezas de nuestra propia tierra para el comercio, como un medio de acceder a las riquezas de otra tierra.
Mediante el comercio se canalizan los excedentes de producción, se le dan un destino fuera del marco donde fueron producidos. Rompemos así la identificación entre un territorio y una esencia, y nos abocamos a la circularidad de la existencia: todo está conectado, dándose eternamente al otro. De ahí se desprende una idea positiva del proceso globalizador, que pasa por la recuperación de la verdadera dimensión del comercio y el fin de la burbuja financiera.
“Y lo que deis con usura para que se incremente a costa de los bienes ajenos no producirá incremento ante Al-lâh mientras que lo que dais sinceramente, buscando la faz de Al-lâh: ¡esos serán, precisamente, los que verán multiplicada su recompensa!”
(Qur’án surat 30, ayat 39)
La lucha de los musulmanes no tiene nada que ver con esos movimientos, ni puede transigir con ellos. El Islam presenta una forma de vida orgánica, donde las necesidades externas e internas deben ser satisfechas de un modo equilibrado. Debemos ser conscientes de que, hoy más que nunca, la lucha contra la usura no se diferencia de la lucha contra la tiranía, la injusticia o el militarismo, y que las sectas que predican la lucha armada (sean políticas o religiosas) tan solo están alimentando al monstruo que dicen combatir. Si en siglo XX el fascismo fue la “anti-vacuna” que se inyectó el sistema para desarrollarse, hoy lo son el “terrorismo islámico” y el “fundamentalismo religioso”. No en vano, son formas del mismo nihilismo que impone las leyes del mercado. Por él ha sido financiado, y a él rinde su servicio.
Frente a esto, nuestra condena de la usura se inserta en una tradición mucho más noble: la de las cosmovisiones tradicionales, que predican el equilibrio como base de las relaciones entre las personas, y entre estas y la naturaleza. Armonía entre el precio y el objeto, entre la representación y lo representado, entre la razón y los instintos, entre lo masculino y lo femenino, entre el cielo y la tierra. Una armonía que no es estática sino dinámica: en el campo de las transacciones económicas, este dinamismo está representado en el comercio.
Puede parecer ingenua, pero la consideración sobre la usura como una ruptura del equilibrio natural entre dos polos explica que haya sido condenada a lo largo de la historia como un crimen contra la humanidad. En la usura, el beneficio obtenido no es equivalente al trabajo realizado, ni a su cualidad o al beneficio que ese trabajo reporta al conjunto de la sociedad. La usura acumula sin gasto, rompe la circularidad de la energía. Hoy en día estamos tan acostumbrados a la usura que nos cuesta comprender la dureza con la cual nuestros antepasados se referían a ella. El gran Cicerón (De Oficiis, II, XXV, Acerca de Cato) la considera equivalente a un asesinato. Ciertamente: la usura mata, y hoy a gran escala.
Trazar la condenación de las tradiciones a la usura nos llevaría mucho tiempo. Aquí señalaremos algunos momentos, más que nada para que no se nos vea como unos locos aislados. Más bien al contrario: el actual sistema económico mundial representa una aberración en la historia, causante directa de la ruina de continentes enteros. Millones de personas han muerto en los últimos dos siglos a causa de las actuales condiciones económicas y la supremacía del préstamo con interés, que no es sino el mecanismo mediante el cual la destrucción se da a si misma una apariencia civilizadora. Esto es una paradoja: una destrucción que viste y uniforma, que se da como búsqueda de la seguridad y que juega con el miedo del hombre ante lo precario de su naturaleza.
Queremos invitar al ejercicio de las facultades mentales más que a una toma de posición dogmática, cerril e inoperante. Una vez establecida la naturaleza de la usura, y lo que nos dicen algunas tradiciones sobre ella, será necesario reconocer su presencia a lo largo de la historia, a pesar de las ilustres prohibiciones. ¿Hasta que punto el préstamo no es una necesidad social? ¿No es ingenuo pensar que alguien vaya a prestar nada desinteresadamente? ¿No relega eso la economía a las relaciones familiares o comunitaristas, imposibilitando el desarrollo de múltiples iniciativas? ¿No pertenece la prohibición de la usura a un mundo tribal periclitado? ¿Qué soluciones han propuesto los juristas musulmanes del periodo clásico y hasta que punto pueden funcionar hoy en día? ¿Es la llamada “banca islámica” respetuosa con la prohibición coránica de la usura? Una serie de preguntas que debemos formular si no queremos que nuestro discurso se limite a las consabidas maldiciones sin futuro.
Más importante aún que la condena, debemos hacer la defensa del comercio. Solo siendo conscientes del carácter del comercio como la relación benéfica entre el mundo natural y la cultura humana, y de la mediación que el dinero facilita, podremos comprender la armonía que la usura viene a destruir, y estaremos en disposición de leer nuestro presente y meditar formas válidas de resistencia.
1. Apuntes sobre la usura en la historia
“... terrorífica ruptura entre los dos órdenes a que pertenece el hombre: el orden de la realidad y el orden de los valores...”
S. Pétrement, Le Dualisme chez Platon, p. 157.
La historia de la usura es larga, como también la del combate en contra de ella. Las referencias más antiguas que conocemos se encuentran en los Vedas (entre el 2000 y el 1400 a.C.), que hindúes y musulmanes consideran Palabra revelada. En los Vedas la usura se asimila a cualquier préstamo que entrañe interés, por pequeño que sea: la balanza exige equivalencia, todo interés degrada la condición humana. Esta condena se encuentra repetida en los Sutras (700-100 a.C.), así como en los Jakatas budistas (600-400 a.C.). El desprecio que los textos budistas muestran por esta práctica merece ser destacado, especialmente en estos tiempos en los cuales se trata de hacer pasar al budismo por una religión inofensiva. Pregunten a un budista que piensa de la necesidad burguesa de seguridad, de la libre competencia, de la publicidad, de la incitación al consumo y la exacerbación de las pasiones, de la obsesión sexual en que viven presos los occidentales. Pregunten lo que piensa sobre usura.
En el Vedanta, la condena de la usura tiene unas connotaciones trascendentes. El sentido de lo real y lo irreal, de lo representado y su fantasma (mental) queda vulnerado en la práctica usurera. En la usura el hombre se engaña a si mismo mediante el falseamiento del objeto de la búsqueda. Se trata de una superimposición (adhyâsa) injustificada, como cuando atribuimos realidad a los objetos del mundo exterior sin dejar de considerarlos parte de nosotros mismos... El intercambio justo no mancha al jîvamukta (liberado en tierra), que permanece desapegado de lo que pasa por sus manos, sin tocarlo más que aparentemente. Solo un esclavo de sus representaciones puede pretender sacar un beneficio de lo que no tiene realidad en si mismo. Dado lo absurdo de esta pretensión, el usurero acumula ficción sobre ficción, permaneciendo insatisfecho. A cada cual su infierno, a cada cual su paraíso.
También el Tao Te King aconseja sobre usura:
“Renuncia al engaño y arroja la usura, y no habrá más bandidos y ladrones.”(Capitulo XIX)
Si vamos a Grecia y Roma clásicas, tanto Aristóteles (Política, 1258 b 1, 2-8) como Platón condenaron la usura (Leyes v. 742), así como Aristófanes (Las nubes, 1283), Cicerón (De Oficiis, II, XXV, Acerca de Cato) y Séneca (De Beneficiis, VII, X). Plutarco (Moralia, Sobre el préstamo, 829) resalta lo irracional del cobro de intereses:
“[los prestamistas] hacen burla de los científicos, que dicen que nada surge de la nada; para estos hombres los intereses surgen de lo que aún no tiene existencia... pues prestan dinero contra la ley, cobrando impuestos de sus deudores o más bien, si debo decir la verdad, estafándolos en el acto del préstamo; pues quien recibe menos que el valor nominal de su documento es estafado”.
En Roma, las reformas legales llevadas a cabo durante la República (340 a.C.), conocidas como Lex Genucia, prohíben la usura y el cobro de intereses. El derecho romano posterior establecía que quien hubiese contraído un préstamo estaba obligado a la restitución del tantundem: la misma cantidad prestada. Cuando la usura se convirtió en una práctica corriente, se permitió el stipulatio usurarum, en el que se establecía que, junto al tantundem se podía exigir una suma libremente pactada entre las partes. La extensión del fenómeno usurario obligó a la legislación romana a fijar la tasa máxima de interés, que en el año 88 antes de Cristo era del 1% al mes (usurae centesimae). Según cuenta Tácito en sus Anales, mediante el recurso a expedientes falsos se propagó la práctica de imponer unas tipos de interés mucho mayores a los establecidos por la ley. De esto se puede deducir que la ley no hizo sino adaptarse al fenómeno del préstamo con interés aún reconociéndolo contra natura (usura non natura, sed iure percipitur). A partir de aquí nos encontramos con un salto, que señala a la conexión entre la usura (acumulación de capital), la esclavitud (explotación del trabajo) y el imperialismo (expansionismo militar). Bajo Julio César, se impone un interés máximo del 12 %, tasa que bajo Justiniano se situó entre el 4 y el 8%. Según Gonzalo Puente Ojea:
“En la Roma del primer siglo del Imperio, el usurero era un personaje omnipresente en todos los mecanismos de la explotación”. (El fenómeno estoico en la sociedad antigua, p. 171).
Como vemos, el levantamiento de la prohibición tradicional tiene antecedentes en el mundo antiguo. Otro ejemplo son las Leyes de Manu (cerca del 1500 a.C.), donde se establece una distinción entre el interés legal y la usura, del mismo tipo que hoy existe. En el Código de Hammurabi se pauta una tasa de interés, pero también se estipula tolerancia ante la imposibilidad de pago dadas ciertas circunstancias: “Si un hombre ha estado sujeto a una obligación que conlleva intereses y si la tormenta ha inundado su campo y arrebatado su cosecha, o si, carente de agua, el trigo no creció en el campo, este año no dará trigo al acreedor, sumergirá en agua su tableta y no dará el interés de este año”. Los códigos ancestrales son mucho más misericordiosos que los actuales.
En el judaísmo, la prohibición de la usura está estipulada en la Torah:
“Si le prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que vive a tu lado no te comportarás con él como un usurero, no le exigirás interés”. Éxodo 22:24“Si tu hermano se queda en la miseria y no tiene con qué pagarte, tú lo sostendrás como si fuese un extranjero o un huésped, y él vivirá junto a ti. No le exijas ninguna clase de interés: teme a tu Dios y déjalo vivir junto a ti como un hermano. No le prestes dinero a interés, ni les des comida para sacar provecho”. Levítico 25:35-38
A pesar de ello, en el Deuteronomio se establece una distinción entre el judío (o el nacional) y el extranjero:
“No obligues a tu hermano a pagar interés, ya se trate de un préstamo de dinero, de víveres, o de cualquier otra cosa que pueda producir interés. Al extranjero podrás prestar a interés, más a tu hermano no prestarás así.”(Deuteronomio, 23:20).
La parte final de este versículo, notablemente falsa, facilitó a los judíos una salida durante los años de las persecuciones. Aquí, el instinto de supervivencia tiene mucho que decir, sobre todo en el ámbito cristiano, donde a los judíos se les prohibía la práctica de numerosos oficios, y eran considerados ciudadanos de segunda. Superada la imagen infantil del “judío avaricioso”, habría que señalar a los califas musulmanes y a los reyes cristianos, tanto de oriente como de occidente, como responsables del surgimiento de una poderosa banca judía en el corazón del mundo islámico y de la cristiandad. La iglesia católica y los alfaquíes prohibían la usura, pero esta era útil a sus intereses de Estado. Entonces, ¿por qué no recurrir a un pueblo que tenía una “licencia de Dios” al respecto? En el mundo islámico, delegar las prácticas usurarias a los judíos fue habitual durante siglos, con el agravante hipócrita de que uno no se “mancha las manos con la usura”, y a pesar de que el Qur’án declara que la “licencia” concedida a los judíos para practicar la usura es falsa:
“Prohibimos a los judíos cosas buenas que antes les habían sido lícitas, por haber sido impíos y por haber desviado a tantos del camino de Al-lâh, por usurear, a pesar de habérseles prohibido”.(Qur’án 4:160-161)
La condena de la usura es repetida en otros paisajes de la Torah, como en los Salmos de Daud, que la paz sea con él, donde se excluye al usurero de la hospitalidad del Señor:
“Señor, ¿quién será huésped de tu tienda? (...) El que no presta con usura su dinero ni acepta soborno contra el inocente.” (Salmo XIV)
Hay que superar las imágenes y los estereotipos. La usura no es judía ni cristiana ni hinduista: es un crimen contra la humanidad. La banca no es judía, ni protestante, ni cristiana, aunque en su mayor parte esté en manos de fundamentalistas de estos grupos. Sin embargo, es preciso ser claros y saber distinguir entre la práctica de la usura y cualquier forma de espiritualidad, precisamente porque la usura implica el predominio de una concepción groseramente materialista de la vida: búsqueda del beneficio, ruptura con los semejantes. Del mismo modo que pedimos que se diferencie entre los llamados “terroristas islámicos” y el “verdadero Islam”, debemos saber distinguir entre el verdadero protestantismo, cristianismo y judaísmo, respetar estas tradiciones reveladas y considerarlas en igualdad de condiciones que el Islam: como muestras de la variedad querida por Al-lâh.
2. Cristianismo
Mención especial merece el cristianismo, pues ha sido con su declive que se ha instaurado la usura a escala planetaria. La prohibición del préstamo con interés ha sido una práctica unánime en la historia de la Iglesia Católica hasta el siglo XIX, donde las circunstancias (más bien los intereses) se impusieron. La prohibición viene del Antiguo Testamento, y los padres de la Iglesia entendieron que fue renovada por Jesús hijo de María, la paz sea con él, en el Evangelio de Lucas:
“Prestad sin esperar recompensa”. (Lucas, VI, 35)
Entre los padres y sabios de la Iglesia que arremetieron contra la usura, mencionaremos a Gregorio de Nicea (Patrología Griega 46, 434); Juan Crisóstomo (Patrología Griega 53, 376: 57, 61 s); Agustín de Hipona (Patrología Latina 33, 664); Tomás de Aquino (Summa Theologiae II-II q. IXXVIII, y “De malo” q. XIII, t.2ª 14); Duns Escoto (In IV Sentet, d.15, q.2, nn. 17-20 y 26), etc. (Referencias tomadas de “La cuestión de la usura”, por ‘Umar Ibrahim Vadillo). Tomás de Aquino realiza una comparación curiosa: prestar con usura es tan tramposo como hacer pagar por el vino y su uso por separado.
Basilio Magno (otro “santo”, siglo IV) señala el carácter insaciable de la usura. Esto tiene una explicación muy simple: dado que los bienes que la usura proporciona no son riquezas reales, sino monedas y números, el usurero queda siempre insatisfecho (recordar el Vedanta):
«El pobre buscaba una ayuda y lo que ha encontrado es un enemigo. Buscaba una medicina y ha encontrado un veneno. En vez de socorrerle en su pobreza lo que has hecho es enriquecerte con su miseria (...) Los perros cuando reciben algo se vuelven mansos; pero el usurero cuando se embolsa su dinero se irrita mayormente. No cesa de ladrar pidiendo siempre más (...) Apenas ha recibido el dinero cuando ya te está pidiendo el dinero del mes en curso. Y este dinero prestado genera un mal tras otro, y así hasta el infinito». (Homilía sobre el Salmo XIV).
Y así es en el presente. El catolicismo ha condenado la práctica de la usura por lo menos en nueve Concilios ecuménicos. En el de Nicea (en el año 325), la prohibición del interés sólo regía para el Clero, bajo pena de degradación eclesiástica. Se suponía que un hombre dedicado a Cristo no podía actuar movido por ninguna clase de interés mundano. En los Capitulares de Carlomagno, la prohibición se hizo extensiva a toda la población. Sin embargo, la práctica de la usura no desapareció. El Concilio Luterano II (1139), se recalcaba la condena de la actividad usuraria, también si ésta se desarrollaba según el antiguo derecho romano. Es decir: la condena de la usura se refiere a cualquier tipo de interés, por pequeño que sea. Los usureros, tanto clérigos como laicos, eran considerados infames de por vida siendo privados de la sepultura cristiana. El Concilio de Letrán (1179) renovó la condena de la usura definiéndola como un crimen:
“...nosotros ordenamos que los usureros manifiestos no sean admitidos a la comunión, y que, si mueren en pecado, no sean enterrados cristianamente, y que ningún sacerdote les acepte las limosnas”.
Más tarde, el Papa Alejandro III declaró la nulidad del testamento del usurero manifiesto. No es lícito dar en herencia a los parientes (lazos de sangre) lo que se ha adquirido mediante la vulneración de esos mismos lazos (artificialidad del interés). El Concilio ecuménico Luterano IV (año 1215), ordenaba a los cristianos abstenerse de relaciones comerciales con judíos para evitar la usura. El Concilio ecuménico de Lyón (año 1245), tras expresar la gravísima preocupación por la “vorágine de intereses” (usurarum vorago) que había destruido muchísimos patrimonios eclesiásticos, prohibía de modo tajante contraer préstamos con interés.
El Concilio ecuménico de Viena (1311-1312), señalaba que «ofendiendo a Dios y al prójimo» en diversas localidades estaba autorizada la usura, imponiendo además el cobro con sanciones coercitivas. Se establecía la excomunión de todos aquellos que mediante decretos o sentencias respaldasen el derecho de los usureros a cobrar los intereses estipulados. En el decreto 29 se lee:
«Si alguien cayese en el error de afirmar con insistencia que ejercer la usura no es pecado, disponemos que sea castigado como hereje».
Este decreto, como todos los anteriores, excomulgó a la actual Iglesia.
El Concilio ecuménico Luterano V (año 1515) establecía que «en sentido propio se comete usura cuando del uso de una cosa que no produce nada, se pretende obtener, sin fatiga y peligro, una ganancia y un fruto». El Concilio ecuménico de Trento (año 1566), remacha la condena a los usureros «implacables y crueles en sus rapiñas, que robaban y desangraban al mísero pueblo». Se especificaba que la usura consistía en recibir una cantidad más, fuese la que fuese, añadida al capital prestado, tanto en dinero como de otras formas, y concluía diciendo que este delito siempre fue considerado odioso y mucho más grave que otros, incluso entre los paganos.
La última gran declaración de la Iglesia contra la usura (entendida siempre como cualquier interés, por pequeño que sea) aparece en la Encíclica Vix Pervenit del Papa Benedicto XIV en el año 1745, en la que se condena:
«ese género de pecado que se llama usura y que (...) consiste en que partiendo de un préstamo, el cual por su propia naturaleza pide que se restituya sólo la cantidad prestada, se quiere restituir más de lo que se recibió; y por esto mantiene que hay que añadir al capital una cierta ganancia debido al mismo préstamo. Debido a esto, cualquier cantidad de este tipo que supere el capital prestado, es ilícito y usurario».
Hoy en día la usura no solo es permitida sino practicada por la Iglesia Católica. Se pretende justificar el cambio mediante la distinción entre el interés moderado (permitido por ley) y la práctica usurera (practicada por prestamistas), que se habría convertido en un interés excesivo. Como hemos visto, esta distinción es arbitraria, y ha sido una y otra vez explícitamente rechazada por la Iglesia. El cambio en la definición de las palabras puede ser muy útil. Así, hoy en día la Iglesia puede seguir condenando la usura y practicarla. Sin embargo, cualquiera que tenga una mínima perspectiva histórica no puede dejar de sorprenderse: ¿cómo es posible que la Iglesia haya renunciado a una prohibición de siglos? ¿Cómo es posible que se haya doblegado tan descaradamente a los intereses económicos? Lamentable, vergonzoso, repugnante... res frugífera: la adjetivación se reproduce.
Mucha gente no ve la usura como algo tan terrible, y sin embargo, eso no es lo que se desprende de los textos antiguos. Un católico notable por su humor y su agudeza, K. G. Chesterton, escribió que dentro de unos años el asesinato dejaría de ser considerado como un delito, y que las librerías facilitarían libros sobre como asesinar a su vecino. Basaba su predicción en la actual licitud de la usura, considerada como un crimen a lo largo de la historia.
Chesterton tiene razón: pensemos en otras transgresiones que ahora nos parecen evidentes —canibalismo, incesto, violación— y pensemos en una gran maquinaria propagandística que las hace lícitas... dentro de unos años todo el mundo violaría sin problemas de conciencia, considerando como un derecho la satisfacción de sus deseos, o los padres gozarían de sus hijas sin remordimientos.
Protestantismo
El levantamiento de la prohibición de la usura por parte de la Iglesia Católica es una respuesta a su desarrollo en los países protestantes. Lutero se muestra desfavorable a la usura, aunque con matices: «un interés puede ser reclamado cuando, tras cumplirse el plazo para su restitución, el prestamista debe a su vez efectuar otros pagos o hacer frente a gastos imprevistos, o bien porque el retraso trae consigo la pérdida de beneficios». Aquí nos situamos en el camino de la aceptación, aunque de un modo limitado.
El gran cambio se dio entre los sectores más puritanos del protestantismo. En la ciudad libre de Ginebra, Juan Calvino se declara partidario de la usura sin término medio. A diferencia de cuanto defendieron Tomás de Aquino y Aristóteles, quienes consideraban al dinero como un puro y simple medio de intercambio, Calvino establecía que el dinero era res frugifera, es decir: un “terreno fértil y fructuoso” que hay que cultivar y del cual se deriva la plena legitimidad del interés. Es decir: Calvino vino a considerar que era lícito que el dinero engendrase más dinero, pues es también una criatura de Dios.
La idea de la fertilidad del dinero tiene un doble sentido en la ética calvinista. El puritanismo provoca una acumulación de energía sexual (libido), y esta energía tiene que buscar una salida. Si unimos esto a la gran censura de lo imaginario (represión de cualquier forma de sublimación de esa energía en imágenes, obras de arte, poesía...), nos damos cuenta de que la usura logra una salida (su eyaculación, si se permite): la acumulación de algo abstracto y neutro como es el dinero. Es el nacimiento de la banca. El ahorro tiene que ver con la ausencia de gasto y la transformación de todos los bienes terrenales en bienes abstractos: en monedas. Solo teniendo en cuenta esto comprenderemos que en 1638, un discípulo de Calvino, Claude Saumaire, llegase al extremo de decir que cobrar intereses era necesario para la salvación... ¡Transvaloración de todos los valores!
3. La prohibición de la usura en el Qur’án
Hemos visto que la prohibición de la usura establecida por Al-lâh en el Qur’án se inserta en el conjunto de prohibiciones expresadas por las cosmologías tradicionales, y que el levantamiento de dicha prohibición ha sido una tergiversación de los valores que han movido a la mayoría de las civilizaciones hasta hace poco tiempo.
Existen unas aleyas de la surat al-baqara donde se expresa todo lo concerniente a la usura:
“Los que devoran la usura se comportan como aquel a quien el toque de Satán ha sumido en el desconcierto; porque dicen: “El comercio es una forma de usura” —siendo así que Al-lâh ha hecho lícito el comercio y ha prohibido la usura.
Así pues, quien sea consciente de la advertencia de su Sustentador y desista [de la usura], podrá quedarse con sus ganancias pasadas y su caso queda en manos de Al-lâh; pero los que reincidan —¡esos están destinados al fuego y en él permanecerán!
Al-lâh desprovee a las ganancias de la usura de toda bendición, pero bendice los actos de caridad con un incremento multiplicado. Y Al-lâh no ama a quien es pertinazmente ingrato y persiste en el error.
Ciertamente, quienes han llegado a creer, realizan acciones hermosas, son constantes en la oración y dan por solidaridad [sadaqa] —tendrán su recompensa junto a su Sustentador y nada tienen que temer ni se lamentarán.
¡Oh vosotros que habéis llegado a creer! Sed conscientes de Al-lâh y renunciad a todas las ganancias de la usura que tengáis pendientes, si sois creyentes; porque si no lo hacéis, sabed que estáis en guerra con Al-lâh y Su Enviado. Pero si os arrepentís, tenéis derecho a [la devolución de] vuestro capital: no seréis injustos ni se os hará injusticia.
Sin embargo, si [el deudor] está en apuros, [concededle] una prórroga hasta que esté desahogado; y sería mejor para vosotros —si supierais— condonarle [toda la deuda] considerándola una dádiva.
Y sed conscientes del Día en el que seréis devueltos ante Al-lâh. Entonces, cada ser humano recibirá lo que se haya ganado y nadie será tratado injustamente.”
(Qur’án, surat 2, ayats 275-281)
En estas aleyas se encuentran todos los temas relacionados con la usura:
1. La prohibición de la usura 2. La licitud del comercio 3. La distinción entre usura y comercio 4. La prevención contra los que defienden la usura como comercio 5. El carácter depredador de la usura 6. El carácter injusto de la usura 7. El que se reconoce musulmán no tiene la obligación de devolver lo ganado con usura en el pasado (no mirar atrás) 8. La oposición entre sadaqa (dar sin interés alguno) y usura 9. La licitud del préstamo sin usura 10. El derecho del deudor a pedir una demora para satisfacer las deudas 11. La usura como una ceguera y falta de conciencia 12. Las actividades económicas desde el punto de vista de la salvación (salud) 13. La justicia debe presidir las relaciones comerciales y de trabajo: cada uno debe recibir lo que se ha ganado mediante su esfuerzo personal (a cada cual según su capacidad y su trabajo) 14. Los que viven de la usura están en guerra contra Al-lâh
Esta última sentencia es decisiva, y expresa con contundencia la actitud que los musulmanes deben tener frente a la usura. Desde el descenso de estas aleyas la obligación de los musulmanes es la de enfrentarse a aquellos que practican la usura. Esto puede ayudarnos a comprender la verdadera naturaleza de la brecha que se abre actualmente entre el capitalismo y el islam. Más allá de los argumentos falaces que la prensa reproduce, ésta es una de las auténticas razones de la persecución del Islam a escala planetaria. Siendo así, es necesario que la pongamos en un primer plano y la demos a conocer a todos aquellos movimientos sociales que luchan contra la explotación y la depredación generalizadas.
La usura ha conducido a la ruptura de la solidaridad y encuentro en un mismo plano entre los diferentes pueblos y cosmovisiones sagradas que habitan el planeta. Implica la destrucción de la diversidad y de la coexistencia de diferentes narraciones y cosmovisiones en igualdad de condiciones. Los pueblos tienen el tiempo, pero el capital tiene el dinero. Se pretende instaurar la supremacía de unos pueblos sobre otros, imponiendo un modelo económico controlado por unos centros de poder financiero que especulan con el hambre de cientos de millones de personas. De vez en cuando una hambruna mata a unos cuantos millones, pues el precio en bolsa de las semillas ha subido.
La usura implica la ruptura del equilibrio planetario, de la armonía que debe presidir todas las relaciones entre las criaturas: entre el precio y el objeto, entre la recompensa y el esfuerzo, entre la representación y lo representado, entre la razón y los instintos, entre lo masculino y lo femenino, entre el cielo y la tierra, etc. Eso que el Qur’án denomina la balanza (al-mîçân), y tiene su mejor expresión en el talión: medida por medida.
“Allâ tátghau fî l-mîçâni wa aqîmû l-wáçna bil-qísti wa lâ tujsirû l-mîçân”.
“No os excedáis en la balanza, y enderezad el peso según la justicia y no arruinéis la balanza”.
(Qur’án, surat ar-Rahman 8-9)
La palabra coránica que se traduce por usura es riba, literalmente “incremento”: no existe una diferencia entre préstamo con interés legal y usura, porque todo incremento es riba. El árabe no nos permite falsear el mandato coránico, distinguiendo entre un “incremento licito” (tasa de interés) y un “incremento ilícito” (usura). La tradición no puede ser más clara:
“Abu Saíd Judri reportó que el Mensajero de Al-lâh dijo: Oro por oro, plata por plata, trigo por trigo, cebada por cebada, dátil por dátil, y sal por sal, deben ser vendidos en equidad unos con otros. Cualquiera que demandó o pagó más de lo debido, ha cometido una transacción de usura. Tanto el comprador como el vendedor, quien da y quien recibe son iguales al respecto.”
(Recogido por Muslim en su Sahih)
Medida, balanza, equivalencia, correspondencia: ausencia de usura o incremento. En cualquier caso en que la balanza se decanta hacia uno de los dos polos, lo hace a costa del otro. En cualquier caso en que un hombre cobra intereses, lo hace a costa de otro. Actuar movido únicamente por interés es destructivo, y no conduce a aumentar la riqueza real sino a desvalorizar la ya existente.
En realidad, lo que se acumula son grandes cantidades de dinero, pero este no es un bien en si mismo, sino un mecanismo para facilitar el intercambio de los bienes reales. En este sentido, el dinero es un bien, una medida que permite establecer los valores de las cosas. El dinero es un mecanismo para superar las dificultades de desplazamiento y fomentar los intercambios entre lugares remotos. En este sentido nos abre al mundo. El Profeta Muhámmad, que la paz sea con él, era comerciante. Fomentó el uso de las monedas, y estas han sido fundamentales para el desarrollo de la civilización islámica en el pasado.
El carácter devorador de la usura fue percibido con especial claridad por Aristóteles (Política, 1258 b 1, 2-8), quien consideraba toda transacción como una cuestión de justicia, una toma de medida: la búsqueda de la equivalencia entre las cosas intercambiadas. Así, el salario se estipula como valoración del esfuerzo realizado, y la venta es un equivalente: a tanto valor tal remuneración. En una transacción comercial, debe mantenerse la equivalencia: ojo por ojo, moneda por moneda. Cuando la equivalencia se rompe —te doy cinco vacas a cambio de seis vacas— se está rompiendo un equilibrio que está en la base misma de las cosas. Esa vaca de más carece de sentido, es un ojo que no ve y un cuerpo que no come. El cobro de intereses implica una transacción de tipo no-natural: te doy cinco monedas a cambio de siete.
Este principio es conocido como la “teoría de la esterilidad del dinero”, es decir: el dinero, en si mismo, no tiene capacidad de generar riqueza real (alimentos, ropa, ganado, etc.) sino que sirve para facilitar el intercambio de los verdaderos bienes. El dinero ni se come ni se viste ni es un techo, no sirve más que para otros fines, y no es natural que genere más dinero, que procree.
Como hemos visto, esta teoría fue contestada por Calvino, quien consideró al dinero como capaz de reproducirse. Esto equivale a considerarlo como una criatura, lo cual no es en absoluto un disparate. Pero: ¿qué clase de criatura puede ser emitida en un laboratorio? Esto nos remite a otro tipo de equilibrio: entre naturaleza y artificio: ¿hasta que punto el dinero —omnipresente en la historia— pertenece a la naturaleza? ¿Hasta que punto es un mero artificio? Si el dinero es una criatura, no puede ser emitido en un laboratorio: tiene que estar respaldado por algo real. De ahí la importancia que las monedas de oro y de plata tuvieron en el pasado, ya que ni el oro ni la plata pueden reproducirse artificialmente.
La relación entre el dinero y la reproducción no se agota en esto. Pensamos que la usura es un modo de compensar la esterilidad de algunos hombres, pobres en creaciones y en capacidad de vida. Tradicionalmente la mujer ha estado vinculada a un mundo telúrico que se desvaloriza con la usura. Así, el ámbito donde ella domina pierde valor y queda reducido. Desde que usura domina nuestras vidas lo femenino es débil y no se reconoce, de ahí la necesidad de movimientos reivindicativos. Los puritanos de todas las religiones y lugares valoran la artificiosidad del dinero porque los aleja de la mujer-naturaleza, que ellos consideran pecadora. La práctica generalizada de la usura y la degradación del papel de lo femenino en la sociedad son paralelas, hasta el punto de que este papel tiende a ser sustituido: usura es la generatriz, la que crea riqueza, y esta riqueza artificial es más importante que la vida.
La usura nos aleja del mundo natural (mundo de los valores reales), lo destruye y crea otro en su lugar (mundo de los valores económicos). En palabras de Blaise Pascal: “si la verdadera naturaleza se ha perdido, todo puede ser naturaleza”. De ahí las ciudades de hormigón, de ahí la inversión de valores, hasta el punto en que la destrucción de la naturaleza es considerada como creación. La capacidad reproductiva del dinero entra en competencia con la de la mujer, la convierte en generadora de una vida destinada a la muerte, frente a la riqueza que se acumula y permanece: ahorro de energía para la salvación de los espíritus en contra de la carne. De ahí que las mujeres ya no quieran ser mujeres. Por usura.
La confusión entre el valor monetario y la riqueza real se proyecta en el terreno. La riqueza real es concreta, aquí y ahora. Que la riqueza ficticia domine a la riqueza real quiere decir que el espacio trata de usurpar las condiciones temporales. De ahí el carácter expansionista de la usura: siempre necesita nuevos territorios. Mientras exista un lugar donde los valores reales sean vividos como tales, la usura sale derrotada. Mientras exista un lugar donde se tenga acceso a la Realidad en si misma, todas las abstracciones y el discurso del poder carecen de sentido. De ahí la persecución que el Islam sufre hoy en día en todo el mundo, y de ahí también que el Islam esté creciendo como la única alternativa viable a un mundo de valores abstractos, mitomanía y artificio. Nos referimos, claro está, al Islam como sometimiento consciente a la Realidad Única, y no a ninguna religión de Estado.
Comercio justo
Frente a la usura como destrucción del equilibrio natural entre el precio y el objeto, debemos recuperar la idea del comercio justo. El comercio justo se da como intercambio entre criaturas perecederas, como un modo de fluir, de comunicación, de encuentro. El comercio es un modo mediante el cual el hombre rompe sus fronteras, un modo de acercarse al otro, de verse obligado a entablar una comunicación, a encontrar un lenguaje común y entenderse. El comercio facilita que lo que unos cultivan o fabrican sea consumido por otros, y que estos entreguen asimismo sus secretos. A través del comercio la tierra se hace una: tenemos acceso a los productos de secano en un lugar de regadío. Tenemos acceso a los bienes de la sabana en el desierto, de la selva en la ciudad. El comercio rompe con el compartimiento estanco de nuestro ecosistema y nos aboca al otro. Nuestra mirada se posa sobre el fruto, abarca el horizonte. No somos únicamente de aquí, aunque el comercio también nos alienta a explotar las riquezas de nuestra propia tierra para el comercio, como un medio de acceder a las riquezas de otra tierra.
Mediante el comercio se canalizan los excedentes de producción, se le dan un destino fuera del marco donde fueron producidos. Rompemos así la identificación entre un territorio y una esencia, y nos abocamos a la circularidad de la existencia: todo está conectado, dándose eternamente al otro. De ahí se desprende una idea positiva del proceso globalizador, que pasa por la recuperación de la verdadera dimensión del comercio y el fin de la burbuja financiera.
“Y lo que deis con usura para que se incremente a costa de los bienes ajenos no producirá incremento ante Al-lâh mientras que lo que dais sinceramente, buscando la faz de Al-lâh: ¡esos serán, precisamente, los que verán multiplicada su recompensa!”
(Qur’án surat 30, ayat 39)
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