viernes, 15 de febrero de 2008

D’Urgell: “Existe un vínculo entre el precio de la vivienda y una forma de gobierno que no representa a la ciudadanía”


El 14 de mayo de 2006, en una manifestación contra la precariedad laboral y por una vivienda digna, Jaume d'Urgell sustituyó la bandera nacional por la republicana en un edificio estatal. Por ello se le pide un año de cárcel acusado de "injurias a la bandera" +++ fotos y vídeos de la accíon y vídeo de entrevista a Jaume d'Urgell>>>
Raúl Calvo Trenado (Para Kaos en la Red) [29.07.2007 12:15] - 1461 lecturas


Jaume nos ofrece respuestas de contenido ideológico, señalando la relación entre el déficit democrático propio de un reino neofascista, y algunas de sus consecuencias, como el precio de la vivienda o la precariedad laboral, y todo ello sin evitar preguntas incómodas acerca de las circunstancias de su acción.


Raúl Calvo. —Buenas tardes, me encuentro con Jaume d’Urgell, activista republicano, por lo cual supongo que le encantará que le entreviste en el despacho de Manuel Azaña. Como sabrán muchos cibernautas, es colaborador de Tercera Información, de Rebelión y de Kaos en la Red.

El compañero tiene un juicio el próximo 4 de octubre, por “injurias a la bandera española”. Su caso ha sido suficientemente difundido, pero, por si alguien no está al día, me gustaría que nos hicieras un resumen de qué pasó el 14 de mayo de 2006, que fue cuando te detuvieron acusándote de este delito.

Jaume d’Urgell. —Sí, fue el 14 de mayo del año pasado, en efecto. Ese día acababa de llegar de Mallorca, donde me encontraba de viaje de “luna de miel”. Me acababa de casar con mi marido, Iván Ignacio, un republicano de pro, puesto que se ha criado en Francia, y allí eso se ve como una cosa normal, como en la mayor parte de países del planeta.

Por la tarde, supe de una convocatoria para reivindicar el acceso a una vivienda digna, y para protestar contra el elevado índice de precariedad laboral. La convocatoria era para las cinco, en la Puerta del Sol. Era un poco difuso porque, producto de la falta de organización, y de que fuera una cosa espontánea, en realidad había dos convocatorias: una a las cinco y otra a las siete. Finalmente, a las cinco aparecimos 20 personas, que a lo largo de toda la tarde se convertirían en torno a 5.000 personas.

La protesta consistió en una ‘sentada’, que al principio se intentó hacer en las aceras –sobretodo a causa de la presión de la policía local–, pero cuando ya no se cabía en las aceras pasamos a invadir la vía pública, y bueno… nos sentamos durante algún tiempo, y estuvimos con carteles y lanzando proclamas a favor de la racionalización del precio de la vivienda.



Pasado un rato –de forma espontánea– la gente decidió acercar la protesta a los representantes de la soberanía popular, es decir, desplazarnos unos metros por la Carrera de San Jerónimo, hasta la sede del Congreso de los Diputados, y una vez allí, pacíficamente, sentarnos delante y exponer ante los diputados, la concurrencia y a los representantes de los deferentes medios de prensa (empresarial y alternativa), lo que considerábamos unas reivindicaciones sociales justas, solicitando medidas contra la mercantilización de un derecho tan esencial como el de poder vivir en algún sitio, y la adopción de medidas contra la precariedad laboral.

Al cabo de unos minutos llegaron los antidisturbios para proteger el edificio del Congreso, como si lo fuéramos a quemar o algo parecido, y, tras unos momentos iniciales de desconcierto, la movilización se desplazó calle abajo, hasta llegar a la Fuente de Neptuno, después, Paseo del Prado arriba, nos dirigimos hacia la Fuente de Cibeles, luego enfilamos la Gran Vía, en dirección a la Plaza de España, y allí tuvo lugar el hecho por el que se me juzga:

En un momento de la manifestación, al pasar por delante del número 19 de la Gran Vía, donde se encuentra el edificio que aloja la sede de los Juzgados del Contencioso Administrativo, decidí hacer algo que en aquel momento consideré adecuado y que tenía que ver con la protesta, puesto que estamos ante un problema político. Las cosas no están como están porque sí. El precio de la vivienda es consecuencia de un altísimo nivel de especulación, consentido por los poderes públicos, que ni siquiera intentan disimular su propia participación en las causas del aumento artificial del precio de la vivienda.

Entonces, a la vista de que era un problema público, y dado que la solución a los problemas públicos pasa por conseguir que la ciudadanía intervenga de un modo más directo en la gestión de la Cosa Pública, decidí subir por la fachada del edificio que aloja el Contencioso Administrativo, retirar la bandera rebelde –que muchos consideramos una imposición militar de hace ya demasiados años–, y colocar otro símbolo en su lugar, un símbolo que en nuestro país de países representa los valores democráticos y republicanos, las aspiraciones populares en un sentido más social: la bandera republicana (o tricolor). Arrié la bandera que algunos llaman ‘nacional’ –yo la llamo ‘de los nacionales’–, y en su lugar icé una tricolor republicana, sin encontrar resistencia alguna, sin que se produjera ningún forcejeo y sin romper nada. Es un primer piso, sin riesgo, de fácil acceso. Subí y puse la bandera republicana en el lugar que le correspondía –a juicio de muchos, viendo cómo aplaudían los miles de personas que se encontraban presentes–. Como se puede ver en los vídeos que se encuentran difundidos en Internet, no hice ninguna ofensa a la bandera retirada: ni la escupí, ni le prendí fuego, ni la pisoteé… simplemente la descolgué y la entregué a los que estaban allí congregados para que hicieran lo que creyeran más adecuado.

Luego todo se desarrolló con normalidad, proseguimos la manifestación en un tono lúdico y distendido. Algunos de los periódicos de ámbito nacional relataban el día siguiente que la protesta había discurrido en tono semifestivo y comprometido, sin apenas incidentes y –por supuesto– todos omitían el detalle del cambio de la bandera.

Llegamos a la Plaza de España, y una vez en ella, el grueso de los manifestantes decidió intentar aproximar las reivindicaciones (que antes habíamos llevado a la sede de la soberanía popular), esta vez se quería llevar el descontento frente a las puertas de la sede principal del partido que se encuentra en el ejercicio del gobierno, es decir, desplazarnos hasta Ferraz, 70, “que nos pillaba cerca”, y decirles en su propia cara lo que opinamos de la gestión de los últimos gobiernos: socialistas, populares, de derechas, de izquierdas, de menos derechas, de menos izquierdas… puesto que entendemos que se trata de un problema transversal, común a todos los detentores de la actual ‘democracia’. Pero no pudimos llegar hasta la sede del PSOE, porque nos lo impidió un gigantesco despliegue de fuerzas de antidisturbios. Ante esto, decidimos que lo más aconsejable era retroceder, e ir por la calle Bailén hacia el Palacio Nacional, con la idea de exponer las reivindicaciones sociales ante el domicilio formal del jefe de Estado impuesto en 1978. Pero esto no llegó a ser posible –al menos en mi caso–, porque en un instante en el que me aparté del grueso de los manifestantes, dos policías de paisano se me echaron encima y me introdujeron en las inmediaciones del palacio del Senado, que para la ocasión hizo las veces de centro de detención provisional.

Y eso es lo que pasó, más no te puedo contar porque no lo sé. Tengo entendido que luego la manifestación siguió, pero lo que pasara después de mi detención ya no te puedo decir, porque no sé nada.

Me detuvieron acusándome de haber injuriado no a España, sino a la bandera –lo que no deja de ser curioso, porque este delito ya no existe–. Me dijeron que lo que había hecho era muy grave, que suponía una ofensa a todos los españoles, y que estaban obligados a actuar como lo hacían, porque tenían miedo de que al día siguiente esas imágenes fueran la portada de todos los periódicos, y alguien dijera: “¿Y la policía qué hizo?”. La policía se cubrió las espaldas aportando un detenido, y no uno cualquiera, sino al autor material “las injurias”.

Raú. —¿Cómo te encuentras anímicamente para afrontar el juicio del 4 de octubre?

Jaume. —Por una parte estoy tranquilo, en el sentido de que se me imputan dos delitos: uno de naturaleza estrictamente política, que es el de las supuestas “injurias a España”, y el otro está basado en pruebas falsas –o ‘fabricadas’–, que es el de “desórdenes públicos”. Confiando en la Justicia, en buena lid, debería salir indemne. Ahora bien, es lógico que “papá Estado” no vaya a permitir que al autor de algo tan significativo como el cambio de la enseña oficial en un edificio público le permitan “irse de rositas”. En el mejor de los escenarios, espero una multa de en torno a 2.000 EUR –la petición fiscal se encuentra en algo más de 4.000 EUR–, y en cuanto a la petición de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo, quisiera creer que no tiene cabida en la realidad –quiero pensar que es una desbarrada del Fiscal–, y luego el año de cárcel, se corresponde con unos hechos que, como he dicho antes, son una falsedad, una invención de los agentes de policía que redactaron el atestado.

Estoy tranquilo, porque al tratarse de mentiras, salvo la palabra de los propios policías, no habrá ningún elemento probatorio que aporte firmeza a sus afirmaciones. Hay acusaciones de haber deteriorado el mobiliario urbano, de organizar y dirigir la manifestación –aún cuando todos los medios de comunicación, mencionaron al día siguiente su extrañeza por el éxito de la asistencia a una protesta que nadie había convocado, propagándose el evento únicamente a través de Internet y mensajes a móviles–.

Entre las falsedades relatadas por la policía, se encuentra la acusación de haber agredido a una señora –algo muy lamentable–, pero que ocurrió horas después de producirse mi detención, por lo que yo no podía ser el autor. Imagino que todo esto obedece a la vieja costumbre de “engordar” los atestados con la esperanza de que sea más fácil que “algo le caiga” al detenido, sobretodo cuando la propia policía se da perfecta cuenta de que los cargos a presentar son escasos o no se tienen en pie. Es muy grave que esto siga sucediendo, por eso, si la verdad llega a salir a la luz, exhortaré al fiscal a que proceda contra los agentes de la autoridad que obraron de este modo, y agotaré las vías para que se haga justicia, porque la impunidad es la principal causa de los abusos del poder. Esas prácticas van en menoscabo de la autoridad moral de la autoridad… cuando uno se dirige a un agente, no espera que más tarde presente falsas imputaciones –tan imposibles de rebatir como de demostrar–, por ejemplo, acusándonos de haberles llamado “hijo de puta”, cuando no es verdad. Uno no espera que un policía te acuse falsamente de haber quemado un contenedor, cuando no hay pruebas. Y cuando digo que no hay pruebas, me refiero a que días más tarde, decidí recorrer todo el trayecto de la manifestación, desde Sol al Congreso, de ahí hasta Neptuno, luego hacia Cibeles, Gran Vía, Plaza de España y Princesa… estuve mirando este recorrido, y conté –a ojo–, en torno a 500 cámaras de televisión, de circuitos cerrados de seguridad, y bien: en 500 cámaras de televisión, más toda la prensa, más todos los teléfonos móviles, no existe ninguna fotografía, ni ninguna imagen en la que se pueda apreciar que yo cometa alguna de las acusaciones que falsamente han reflejado los policías.

Respondiendo a tu pregunta sobre cómo me sentía con vistas al juicio: la tranquilidad de la que te hablo, viene de la seguridad de que no se puede probar aquello que no es cierto.

Raúl. —Exactamente ¿de qué se te acusa?
Jaume. —Se me acusa de dirigir la manifestación, de organizarla, se me acusa de “desórdenes públicos”, en general, sin concretar demasiado; se me intentó acusar en el atestado de la agresión contra una señora –acusación que finalmente el fiscal ha considerado adecuado no incluir en su escrito de acusaciones, porque no se sostenía–, y se me acusa también de un delito de “injurias a España”, y eso es lo que particularmente reviste una naturaleza de carácter político, porque habría que dilucidar si se puede considerar injurioso arriar la bandera rebelde y poner en su lugar la bandera de España, o como dicen hoy en día los medio de comunicación de masas –medios comerciales–: descolgar la “bandera oficial”, y poner en su lugar la republicana.

¿Esto es una injuria a España? ¿Puede ser injurioso para un país quitar una bandera instaurada por las armas, y poner en su lugar la que fue legalmente proclamada por la mayoría de los representantes electos?

Raúl. —Yo quisiera, sobre este tema, enfocarlo aún más desde el punto de vista legal, en eso tú estás más ducho que yo, y si no me equivoco, el delito de injurias a la bandera hoy en día ya no existe.

Jaume. —Cierto. En el momento de la detención, y siguiendo lo estipulado para cuando se detiene a alguien, una de las formalidades a cumplir es la de informarle de las razones por las que se le detiene. En el momento de la detención dijeron que estaba detenido por “injurias a la bandera”, no hablaron de los desórdenes públicos porque en aquel momento todavía no se les había ocurrido el embuste, fabulación que más tarde partiría del oficial que instruyó el atestado –ya en comisaría–. En un primer momento adujeron un delito de “injurias a la bandera”, si bien con la entrada en vigor del actual Código Penal, y su publicación en el Boletín Oficial del Estado el 24 de noviembre de 1995, el delito de “injurias a la bandera” ya no existe. Hoy en día el enunciado es más abstracto: existe un delito genérico que es el de “injurias a España”, por eso, técnicamente se me informó mal de la razón por la que se me detuvo, pero bueno… habría que ver si eso constituye un “vicio de origen”.

Raúl. —¿Qué tal fue el trato que recibiste por parte de la policía?

Jaume. —En el momento de la detención, uno de los agentes me retorció la muñeca derecha, casi hasta superar el límite que permite la anatomía, pero salvo eso, que respondía a un miedo ante la posibilidad de una reacción agresiva a la detención, el resto del tiempo el trato recibido fue correcto. En ningún momento sufrí malos tratos, ni presión, ni insultos, ni vejaciones de ningún tipo, casi podría decirse que el trato fue ‘cordial’. Por las películas sobretodo, conocemos la táctica del “poli bueno, poli malo”, según la cual uno de los agentes asume un rol más conciliador, mientras que el otro adopta una actitud radicalmente opuesta, con la esperanza de que facilitar la confesión… en este caso fue más elaborado: yo diría que estaban jugando a la táctica de “poli bueno, poli bueno”, porque todos eran ‘amables’ y ‘cordiales’, te abordaban como un amigo, no sé… a lo mejor fue un error de sincronización y todos ellos optaron solo por un mismo papel.

Raúl. —Pues toca pasar a la parte siniestra de la entrevista, a las preguntas difíciles, básicamente las tres críticas que te han hecho, incluso desde la izquierda respecto a tu acción. Vamos de la más suave a la más dura:

La primera es que ¿a qué viene esa acción si la bandera republicana no pintaba nada en la manifestación que era contra la precariedad y por el acceso a la vivienda digna? Y en general cualquier otro tipo de manifestación no estrictamente republicana ¿a qué llevar esa bandera?

Jaume. —Si, eso tiene ‘un poquito’ que ver con una línea de discurso que se ha oído mucho, sobretodo entre los más opuestos, no ya al problema, sino al actual gobierno ‘progresista’, y este discurso dice que estamos ante una reivindicación no-política, y que por tanto, ‘politizar’ estas manifestaciones que parten de un espíritu “juvenil y romántico”, es una cosa perniciosa. ¡Pues no! Quizá estas manifestaciones no sean partidistas, pero lo que sí son es políticas.

Quien afirme que la actual especulación inmobiliaria no tiene orígenes políticos es que, o bien desconoce el problema en su totalidad, o bien tiene algún interés en aparentar ese desconocimiento.

Las cosas no están como están porque sí, es decir, si hubiera una participación más directa de la ciudadanía en los asuntos de la Cosa Pública, si hubiera una separación de poderes, si tuviéramos capacidad de revocación del mandato a los miembros del Ejecutivo o del Legislativo cuando éstos no cumplieran aquello a lo que se han comprometido y para lo que fueron elegidos, estas cosas no pasarían.

Ocurre lo que ocurre porque estamos ante un error sistémico: los políticos cuentan con cierta impunidad –por ejemplo– a la hora de hacer recalificaciones al mes siguiente a ser elegidos, sabiendo que nada va a ocurrirles, y que cuando se vuelva a votar, habrá pasado mucho tiempo. Si existieran mecanismos, como por ejemplo: una Fiscalía General del Estado independiente, o un Poder Judicial que no guardara tantos vínculos de subordinación respecto del resto de poderes políticos, estas cosas no ocurrirían.

El problema del acceso a la vivienda es un problema de abuso de poder por parte de las instituciones públicas, pero también por parte de una oligarquía capitalista acostumbrada a hacer todo lo que se le permita. Y ya se han cuidado bien de que quienes deban permitírselo formen parte del engranaje de enriquecimiento. Por no hablar de la otra parte del problema del acceso a la vivienda, que es la enorme precariedad laboral: si no estamos seguros de poder mantener un trabajo, en condiciones dignas durante 10 años, ¿cómo es posible que se nos exija pagar nuestra casa –el lugar donde vive nuestra familia– con el sueldo íntegro de los próximos 25 años?

Raúl. —El segundo cuestionamiento que se te hace es si merecía la pena llevar a cabo tu acción, debido a que tiene un coste político muy alto, te expones a un año de cárcel. ¿Merecía la pena hacer algo simbólico, como cambiar una bandera, para arriesgarse a tener un juicio?

Jaume. —Hablamos de un problema muy serio, y si tenemos en cuenta el sufrimiento que subyace en él, el riesgo es relativamente poco. Un año de vida privado de libertad, en el caso de que llegara a ocurrir –que lo dudo, porque no tengo antecedentes penales–, pero en caso de que la sanción llegara a ser efectiva, un año es un riesgo escaso en relación al sufrimiento que tratamos de superar.

¿Eso justifica la acción? Bueno, soy mayor de edad, y cada uno decide asumir las responsabilidades por los riesgos que decide correr. Tampoco es una cuestión tan determinante… no hay para tanto, yo espero que todo se resuelva. Confío en la Justicia, me enfrento a dos acusaciones, una de ellas es de naturaleza estrictamente política, y la otra basada en pruebas falsas. Confío en el buen hacer de la judicatura, y espero que todo se resuelva.

Raúl. —Y la tercera y más dura, es que se te acusa de que tu acción lo que buscaba es protagonismo, que ha sido buscada por tu personalismo y por ‘inflamar tu ego’.
Jaume. —En política, las cosas no se hacen solas… esta mesa, estas sillas, el suelo, o una p… una dichosa bandera no constituyen actores políticos, carecen de voluntad propia, la voluntad, la capacidad de acción reside en las personas. Cuando hay que hacer algo, alguien tiene que hacerlo. Una bandera no va a salvar un país, una silla no va a proponer un proyecto de ley, una mesa no ayuda por sí misma, porque las acciones políticas proceden de las personas, personas que en su momento las protagonizan.

No tengo conciencia de haber hecho nada malo, tan solo reivindicar algo que creo que es justo, por eso no veo por qué debería haberme ocultado. Tampoco puedo dejar de ser yo mismo, es una cuestión filosófica.

Pero los protagonistas son todos. Yo no represento a nadie, pero permíteme una analogía a modo de ejemplo: estas manifestaciones con el tiempo han evolucionado, y han evolucionado desde el estadio de improvisación que tenían al principio, hasta llegar a la existencia de una asamblea, la Asamblea Contra la Precariedad y por una Vivienda Digna. En cada ciudad, pueblo y barrio, el movimiento asambleario tiene a sus propios portavoces electos. ¿Sería justo decir que esos portavoces no sienten la necesidad de mejorar el mundo, y que actúan guiados únicamente por el afán de protagonismo, de aparecer en los medios y ser ellos quienes capitalicen el esfuerzo de todos? ¡Pues no! Es más sencillo: la prensa debe tener un interlocutor único, y éste no puede ser un micrófono, ni un encapuchado –no nos corresponde–. Alguien debe llevar a cabo la actividad.

Alguien debe hacer las cosas, y yo pasaba por allí. Sin más. Sin preverlo ni representar a nadie. Sin pretender otra cosa que la que se puede ver en las imágenes.

Raúl. —Has dicho que cuando te detuvieron, te dijeron que fue por “injurias a la bandera”, ¿cuándo te comunicaron el resto de las acusaciones: disturbios, etcétera?
Jaume. —Más que comunicarlos, momentos antes de que acudiera mi abogada de confianza a la comisaría, fue el oficial instructor, quien empezó a redactar lo que más tarde supe que sería el atestado, el documento que le pasarían al fiscal y al juez, con las razones por las que me habían detenido.

Allí es cuando intuyo que se dieron cuenta de que la acusación era muy simple, es decir, se reducía a unos cargos por “injurias a España”, que si mal no recuerdo, recoge el artículo 543 del Código Penal, que solo prevé como pena, una mera multa de hasta 12 meses. A juicio del inspector, eso no era suficiente para la afrenta que había hecho a “los valores patrios”, y decidió “engordar un poquito” el expediente, incorporando las primeras pinceladas de lo que sería la fabulación y la fabricación de las pruebas –todas ellas testificales–, es decir, organizar las mentiras para que resultaran ‘sostenibles’ ante un juez. En aquel momento dijeron: “¡No! ¡no! Desórdenes públicos, claro”. Yo pensé que consideraban un desorden público el hecho del cambio de la bandera, en sí mismo, pero no: al día siguiente –porque me negué a firmar nada y me negué a declarar nada en comisaría–, al día siguiente, ante el secretario judicial –en sede judicial–, las acusaciones tomaron cuerpo, y entonces supe lo que se les había ocurrido a lo largo de la noche: que si había agredido a una señora, que si había quemado diversos contenedores, que había insultado gravemente a los agentes de la autoridad… no llegaron a poner que me hubiera resistido –puesto que el trato fue siempre ‘cordial’ al que yo correspondí con reciprocidad, es decir, si me tratan con corrección, pues yo les trato con corrección–.

Se ha dicho alguna vez, y causa asombro, pero las cosas son como son: aprecio, valoro mucho, el esfuerzo y la vocación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Entiendo que en una sociedad como en la que estamos, de momento, lamentablemente es necesario que exista alguien que atrape a “los malos”: ladrones, asesinos, políticos corruptos… alguien tiene que hacer este trabajo, y valoro mucho que existan profesionales que por un sueldo muchas veces inferior al que se merecerían, lleguen a arriesgar su integridad física para dar este servicio a los demás.

Aprecio el trabajo que debería hacer la policía, y por eso me causa estupor encontrar casos tan claros de utilización política de lo que debería ser un instrumento en favor del Pueblo.

Raúl. —Y en este tiempo, ¿has recibido muestras de solidaridad?

Jaume. —Sí, a través de numerosos correos, llamadas, encuentros, contestaciones en los foros, en los artículos que lo permiten, en algunos sitios web como Kaos en la Red, y más recientemente, también en 3i Tercera Información.

No lo voy a ocultar, antes, cuando hacías preguntas más polémicas, el asunto admite otras interpretaciones: sobre si he actuado por personalismo, o también se puede cuestionar la idoneidad de introducir el debate sobre la forma de gobierno en una cuestión que parece más social… pero es que el Estado es el elemento social por excelencia. Eso ha suscitado también cierta polémica, pero bueno… ya se sabe cómo está de caldeado el ambiente político en Madrid, es una pena, pero está como está. Quizá la mejor vía de apostar por la unidad de acción sea no prestar demasiada atención a quienes tratan de ir contra ella.

Raúl. —Para acabar, quería hacerte una pregunta de otro tema, pero sí relacionado en cierto modo, y es que tenemos otro compañero, en Kaos en la Red que también ha sido recientemente señalado, no por vía judicial, pero sí por un medio de comunicación, ya sabes, Narciso Isa Conde, al que TeleAmazonas, una televisión ecuatoriana, muy reaccionaria, acusa de ser un alto dirigente de las FARC. ¿En todas partes estamos igual?

Jaume. —Bueno, acabas de dar la contestación más correcta: esto es global, algo que ocurre en todas partes, ciertos instrumentos de comunicación se portan como fieles obedientes de la voz de su amo, y su amo a menudo tiene intereses estrechamente vinculados a la estructura de quienes controlan el aparato del Estado.

Lo que siempre se ha conocido como represión previa o criminalización desde la prensa, es algo que hoy encontramos en todas partes, pero especialmente en zonas de conflicto, como Oaxaca, Amazonía, Euskal Herria, España, el Líbano… y la técnica es siempre la misma: preparar a la opinión pública para que acepte cualquier abuso o condena que luego vaya a dictarse “desde arriba”, en base a unas pruebas que ‘existirán’ pero que no se pueden verificar, porque a la opinión pública los medios de comunicación de masas solo le presenta una versión de los hechos, la versión del poder, lo cual crea una grave indefensión, por cuanto el ‘sospechoso’ queda enterrado en le silencio y la difamación. Eso siempre ha sido así.

Tengo entendido que en este caso, Narciso, nuestro compañero de Kaos en la Red, lo único que habría hecho es ser ‘culpable’ de hacer entrevistas. Bien, todos los días se hacen entrevistas, o se les pone un micrófono para que cualquier persona pueda expresarse. Sin ir más lejos, verdaderos criminales de guerra, como el ex presidente de España, disponen de sus medios para decir lo que opinan sobre cualquier cosa. Organizaciones del terrorismo internacional, como la OTAN, disponen de sus espacios, e incluso hacen ruedas de prensa, y no por ello se piensa que los profesionales de la información que acuden a cubrir este tipo de eventos sean colaboradores o compartan las posiciones políticas de los entrevistados.

¿Qué ocurre? Pues es el tradicional ejercicio de la criminalización, y en este caso es especialmente grave porque se aplica sobre profesionales de la información alternativa. Muy grave, porque si empezamos a criminalizar a quienes muchas veces se juegan su propia integridad física para ofrecer a la opinión pública una visión alternativa de los acontecimientos (porque no es cierto que el público objetivo sea marginal, el público objetivo es el 100% de la audiencia; los medios de comunicación alternativa no son para “gente alternativa”, lo que son es versiones alternativas a la ‘única’), entonces, impedir, limitar la libertad de prensa es muy grave, por cuanto pone en riesgo la capacidad social de alcanzar juicios justos sobre acontecimientos importantes que afectan al conjunto de la ciudadanía.

El pasado año tuve ocasión de presenciar otro ejemplo parecido: al concluir el atentado masivo –que no ‘guerra’– cometido por el ejército de los ocupantes de Palestina contra la población civil libanesa, estuve un mes sobre el terreno, recogiendo la opinión de unos y otros, y bueno, encontrándome en un pueblecito fronterizo que se llama Aaita ech Schaab, me dirigí a la máxima autoridad local –un concejal, electo–, perteneciente a un partido político perfectamente legal en su país, un partido llamado Hizbollah, que por aquel entonces contaba con dos ministros, catorce diputados y decenas de alcaldías, y le hice algunas preguntas. Bien, ¿me convierte eso en un militante de Hizbollah? Disponemos de imágenes en las que aparecen personas de un equipo de TV que se identificaron como pertenecientes a la CNN, y que también entrevistaron a ese mismo líder local. ¿Alguien duda del carácter neoliberal de ese equipo? ¿Entonces? La conclusión es fácil: la criminalización es selectiva.

Es imprescindible defender la libertad de prensa y expresión, pero no la de aquellos que no necesitan defensa, sino la de quienes que se lo juegan todo, porque corren los mismos riesgos que el resto de reporteros de guerra, con el añadido de soportar el riesgo de resultar criminalizados de regreso a sus respectivos países. Y eso es algo terrible, porque –excluidos los avances tecnológicos y el progreso social– el principal rasgo que separa las sociedades modernas de las medievales, es el hecho de que todo se sepa, que la información fluya.

Imaginemos cómo sería un Estado que contara con la plena garantía de que, cualesquiera que fueran los abusos que pudiera cometer, éstos jamás llegaran a trascender a la opinión pública. Estaríamos ante un poder absoluto e ilimitado, una vuelta al medievo. Bien, considerándolo detenidamente… en nuestro país el medievo se extiende hasta nuestros días: tenemos princesas que besan sapos, zánganos que polinizan princesas, y hasta reyes –como en los cuentos–. Y es que en este país de países, hay veces en las que uno lee el Boletín Oficial del Estado, y se le antoja muy similar a un guión de Shreck.

Raúl. —Muchas gracias por tus palabras, Jaume. Estaremos pendientes de tu caso.



____
Referencias
Fotografía del abanderado en la Calle de Alcalá: Santiago Caamaño.
Fotografías de la acción del cambio de bandera: Sergio “Jeremías”.
Videos de la entrevista, partes: primera, segunda, tercera, cuarta y quinta.
Video de la acción del cambio de bandera: GatoVaka.

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"Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, Estos privaran a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron."

THOMAS JEFFERSON, 1802

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