lunes, 1 de diciembre de 2008

Los paréntesis del capitalismo


Miguel Izu
Rebelión
Hace unos días causaron cierto escándalo las declaraciones del presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) pidiendo que se haga un paréntesis en la economía de mercado para salir de la actual crisis económica. Se le vino a acusar por tal sugerencia de desfachatez e incoherencia, dando por supuesto que los empresarios deben defender siempre el mercado.

Y sin embargo, el presidente de la CEOE, en mi opinión, actuaba en total coherencia con los intereses que defiende (también con la desfachatez propia del cargo, pero esa es otra cuestión). No hay que olvidar que vivimos en una economía capitalista. Cierto que a lo largo del siglo XX la crítica al capitalismo, basada en buena medida en la que hizo Marx pero también en la de otros campos como la doctrina social católica o el keynesianismo, ha conseguido un importante éxito y es que sus defensores se avergüencen del nombre. Hoy se prefiere hablar de economía de mercado, libre competencia, libertad de empresa, apertura de los mercados, sociedad abierta, globalización del desarrollo, crecimiento económico, toda una serie de etiquetas biensonantes que pretenden describir el sistema imperante. Incluso hay quienes lo describen simplemente como democracia.





Pero arañando un poquito para que salga a la superficie lo que disfraza esta operación de marketing nos encontramos con el mismo sistema económico que viene funcionando desde hace unos siglos: el capitalismo. Adaptado, eso sí, a los tiempos, porque su capacidad de adaptación es notable. Pero capitalismo al fin, que no supone otra cosa que un sistema basado en la acumulación incesante de capital y el dominio del capital (de los que lo poseen o manejan) sobre todos los factores económicos, sobre el trabajo, la producción y el intercambio de bienes y servicios, y a través de ese dominio también sobre la estructura social y política.

Lo que mueve al capitalismo, un sistema esencialmente depredador y con escasos escrúpulos, es la necesidad de acumular, de ganar más y más, de vencer todos los obstáculos que se opongan a mejorar la cuenta de resultados, lo único importante. Lo demás es todo accidental o, mejor, instrumental, y por ello se puede adoptar o se puede abandonar, o si hace falta se abandona transitoriamente haciendo un paréntesis para retomarlo cuando interese.

Así, la economía de mercado suele constituir una buena herramienta para el desarrollo capitalista. Pero ojo; no siempre imprescindible. Contrariamente a lo que se dice, ni el mercado lo crea la iniciativa privada ni se opone a la intervención estatal. Es el Estado quien garantiza la existencia de mercado porque este exige seguridad en las transacciones y confianza de los participantes en que los contratos se cumplen y las deudas se pagan. Esto sólo se consigue de dos maneras: o lo hace el Estado estableciendo leyes, jueces, policías, o lo hacen los propios hombres de negocios (así se denominaban a sí mismos Vito Corleone y los suyos). Pero con esta segunda opción, la ley de la jungla y las prácticas mafiosas, a medio y largo plazo se degenera en la destrucción del propio mercado y el establecimiento del monopolio a favor del más fuerte, riesgo que acecha siempre a los sistemas basados en la competencia si no aparece un árbitro con autoridad para regularla. Ni el mercado ni la iniciativa privada son capaces por sí mismos de producir la estabilidad y confianza necesarias para que funcione la economía; y si queremos un ejemplo claro, ahí tenemos ahora mismo a los bancos centrales, encabezados por la Reserva Federal norteamericana, tomando medidas desesperadas para remediar la crisis de confianza que se ha instalado en el sistema financiero. Después de unos años de abusar del libre mercado y de predicar la limitación de la intervención estatal el caos generado por la mano invisible aconseja prescindir un tiempo de la receta.

No hay problema. El capitalismo ha sido liberal a ratos, pero no siempre. En sus inicios ha estado aliado con el absolutismo, el proteccionismo y la concesión de monopolios industriales y comerciales. Es decir, con el mercado limitado. Casi todos los países han cimentado su desarrollo económico en una fuerte iniciativa estatal (¿tendremos que recordar otra vez los planes de desarrollo del franquismo?). Pero la compañía del Estado es prescindible; a partir de cierto momento los empresarios prefieren volar solos en el mercado y se reconvierten al liberalismo, sobre todo, económico pero que acaba contagiándose en el plano político. Los cambios que experimenta un capitalismo inicialmente basado en la producción pero luego en el consumo desenfrenado primero de productos y más tarde de servicios requieren también un entorno político adaptable. Del absolutismo pasan a impulsar los sistemas constitucionales liberales, y de éstos a los democráticos. Pero tampoco hay que ser fundamentalistas de la democracia; cuando el capital está en riesgo también se puede hacer un paréntesis en la democracia (Alemania 1933, España 1936, Chile 1973, China ahora mismo y un larguísimo etcétera de alianzas entre dictaduras y capitalistas).


Tampoco ha sido problema transigir, cuando ha interesado, del liberalismo económico. En la Europa de las posguerras mundiales hubo que pactar y dar lugar a lo que se ha llamado “economía social de mercado”. Es decir, mercado pero con cierto grado de intervención estatal y un sistema público de protección social. En España incorporamos este modelo a la Constitución de 1978. Se garantiza la economía de mercado, la propiedad y la iniciativa privada. Pero también la subordinación de toda la riqueza a los intereses generales; la posibilidad de reservar al sector público recursos o servicios esenciales; el fomento de la participación de los trabajadores en la empresa, de las cooperativas y del acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción; la planificación de la actividad económica general para atender a las necesidades colectivas; una distribución de la renta regional y personal más equitativa; la política de pleno empleo; la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación y la participación pública en las plusvalías que genere la acción urbanística. Puede parecer mentira pero todas estas medidas no provienen del programa de Hugo Chávez sino que están literalmente en la Constitución española. Claro que llevamos ya muchos años de paréntesis en su aplicación porque tuvo la desgracia de promulgarse justo cuando los vientos estaban girando hacia el neoliberalismo.

En fin, que no hay nada nuevo bajo el sol. Tras el de la economía social ahora le toca un pequeño paréntesis al mercado. Mientras se pudo ordeñar el mercado, se ordeñó con avaricia, pero ahora que sus ubres están secas hay que ir a sacar dinero de donde hay, al erario público. Retomemos el criterio social aunque sólo para socializar el riesgo y las pérdidas. Los contribuyentes que hemos estado pagando para apoyar que las empresas ganen dinero seguiremos pagando para que no lo pierdan. Estas son las reglas del juego.


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Pensamiento de A. Rogers (1931)

Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo. El gobierno no puede entregar nada a alguien, si antes no se lo ha quitado a alguna otra persona. Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso... mi querido amigo...

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"Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, Estos privaran a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron."

THOMAS JEFFERSON, 1802

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