El controvertido Santiago Niño Becerra, catedrático de Estructura Económica de la Universidad Ramon Llull de Barcelona, tiene escrito: “Hemos creado un monstruo que se alimenta del endeudamiento de todo el mundo, pero ese endeudamiento ya ha alcanzado su límite físico, por lo que el efecto bajada está yendo hacia atrás. Los Bancos centrales pueden retrasarlo, pero no detenerlo, ni eliminarlo, porque nadie puede ir contra las leyes físicas”.
Numerosos estudios demuestran que las crisis del sistema financiero son inevitables. El sistema en su conjunto es pura ficción. Recordemos que la inmensa mayoría del dinero es sólo ilusión, es irreal, no existe más que en la imaginación de los inversionistas y en las pantallas de sus ordenadores. Es matemáticamente imposible materializar el dinero fiat imaginario, convertirlo en dinero físico. Además, los Bancos Centrales carecen de reservas para respaldar la moneda emitida por ellos mismos.
Larry Page, catedrático de economía, presidió un Banco durante 11 años. En su best-seller “El nuevo desorden económico” explica que “en tiempos de crisis económica la riqueza no se destruye, se transfiere”, y pronostica rotundamente que “va a haber un crash”, que “un pequeño grupo de gente va a ganar un montón de dinero al mismo tiempo”. En las reuniones del FMI algunos economistas anuncian un crash inminente.
El sistema financiero tiende al colapso por una razón muy simple y que todo economista honesto reconoce. Los pasivos valen varias veces más que los activos. Los activos están sobrevalorados. Mientras que no haya que liquidar los activos todo irá bien y se podrán ir creando más activos, más dinero imaginario, para respaldar a otros activos también de dinero imaginario. Pero el día en que disminuyan los ingresos en la base de la pirámide, el día que en que se dejen de crear nuevas deudas, el día en que el crecimiento económico se detenga, quizá por el encarecimiento del petróleo, que traerá como consecuencia el encarecimiento masivo de las mercancías y el desabastecimiento generalizado, ese día habrá que empezar a liquidar los activos y el sistema caerá como un castillo de naipes.
Algunos se preguntarán: ¿por qué están tan sobrevalorados los activos? Pues porque los Bancos, mediante el sistema de reserva fraccionaria, pueden prestar más dinero del que realmente poseen. Esto es posible porque los Bancos crean dinero de la nada cada vez que conceden un préstamo. Este dinero que crean los Bancos se llama dinero financiero o dinero fiat imaginario.
En realidad, ni el dinero físico ni el virtual valen más que la confianza que todos depositamos en él. El dinero virtual o imaginario va a más, es la semilla de una brutal estafa masiva. Los Bancos crean dinero financiero mediante el acto de “hacer líquidas las deudas”, eufemismo que oculta la verdad. ¿Es justo que una deuda pueda hacerse líquida? ¿Puede un pasivo ser a la vez un activo?
La fragilidad de los Bancos es manifiesta. Son muchos los que quiebran, a veces por causas aparentemente nimias. Un fallo en el sistema de ajustes, por una operación realizada en Singapur sobre derivados en mercados japoneses, provocó la quiebra, en 1995, del Banco comercial más antiguo de Londres, el Banco Barings.
En cuanto la desconfianza y el pánico se apodera de los mercados, el colapso es inevitable. Todo el mundo recuerda la crisis de 1929, cuando se desplomó literalmente la Bolsa de Nueva York. La gran depresión dio lugar a la pobreza generalizada. Miles de Bancos cerraron sus puertas, la gente perdió sus ahorros. Algunos caminaban por la calle mirando hacia arriba, porque los más desesperados se arrojaban desde los balcones. Sin embargo, el sistema financiero de 1929 no era, ni de lejos, el monstruo en el que se ha convertido hoy. Y la economía del mundo no estaba globalizada como ahora. Un desplome del Dow-Jones como el de 1929, o incluso como el del 19 de octubre de 1987, día en que el Dow-Jones perdió un 22,6%, podría originar una catástrofe global. Hoy, las consecuencias serían infinitamente más trágicas e imprevisibles que antaño.
Niño Becerra nos invita a leer “1929. El gran Crash”, de John Kenneth Galbraith: “cuenta, palabra por palabra, lo que está pasando y gran parte de lo que va a pasar. Entonces, entre 1925 y 1928, las promesas de las cotizaciones estratosféricas de unos valores que casi no valían nada, llevaron al sistema financiero a unos niveles de endeudamiento absurdos, a ello se sumó una oleada especulativa relacionada con los inmuebles. Cuando algunos empezaron a darse cuenta de que aquello había dado de sí todo lo que de sí podía dar, todo el tinglado se fue a la mierda”.
Conviene recordar las palabras de Paul Warburg, uno de los principales banqueros de aquella época y fundador de la Reserva Federal. El 9 de marzo de 1929, avisó: "si se permite especular sin poner límites, el desmoronamiento total es seguro". Pocas semanas más tarde la Bolsa de Nueva York crujió. La moneda de todos los países se devaluó. En julio de 1932, el índice Dow Jones había perdido el 90% de su valor desde los máximos de 1929 y tardaría todavía un cuarto de siglo en recuperar esos niveles. El PIB americano cayó un 60% respecto a 1929 y más de 4.000 Bancos cerraron.
Con el sistema de reserva fraccionaria y dinero fiat imaginario, poner límites a la especulación es imposible. ¿Quién habría de hacerlo? No existe ninguna autoridad mundial con competencias para ello; ni se detecta voluntad política por parte de nadie.
Por otra parte, ya no estamos en una economía de mercado sino en una economía de dinero, del mercado de dinero por encima del mercado de bienes. Desde 1980, las inversiones en el mercado de valores no han dejado de aumentar. Y ya no se negocia sólo con valores sino con el valor de los valores en el presente y en el futuro, configurándose así una economía de casino. En palabras de Ramiro Pinto, impulsor del derecho a la Renta Básica Universal, “aumenta el mercado de derivados, activos derivados de otros activos, con lo cual se establecen dos mercados, el de activos originales y el de activos derivados”. De este modo, la riqueza real no crece, pero “aumentan los beneficios, con un incremento del riesgo, lo que, según los analistas, hace al mercado financiero muy vulnerable”. Es evidente que se trata de una huída hacia adelante.
Este tránsito de la economía productiva a la financiera se inició hacia 1930, pero quedó interrumpido, primero por la II Guerra Mundial y luego por la Guerra Fría. Tras la caída del muro de Berlín en 1989, se ha retomado si cabe con más fuerza. Y se ha consagrado con el modelo neoliberal entronizado en 1990 a través del “Consenso de Washington”, el acuerdo alcanzado en esa ciudad por los ministros de finanzas de los países capitalistas, el FMI y el Banco Mundial.
El objetivo era aumentar los beneficios de las inversiones, y la receta, convertida hoy en la Carta Magna del poder financiero, consiste en liberalizar al máximo el comercio, fijar los tipos de cambio y privatizar las empresas estatales.
Pero la desregulación de los mercados que proponía el Consenso de Washington fracasó en su aplicación práctica y hoy muchos países, como Venezuela y Bolivia, están abandonando estos postulados.
En lo que respecta a la Banca, el nuevo espacio financiero se comenzó a diseñar en 1972 con el proyecto de Ley Bancaria Europea, que perseguía el establecimiento de un modelo de banca universal, aunque, dada la nueva naturaleza del capital, los primeros pasos no llegaron a darse hasta 1983.
El moderno sistema financiero internacional, rediseñado a finales del siglo XX, basado en el neoliberalismo ideológico, en el dinero fiat imaginario, en la banca fraccionaria y en tipos de interés variables, ha servido para crear una expansión económica ficticia, un crecimiento irreal, porque lo único que de verdad ha crecido es el consumo, el precio de ciertos productos de primera necesidad, como el agua, ahora privatizados y la deuda amparada por un dinero fiat que sólo existe en nuestra imaginación.
Con el neoliberalismo, el mercado se ha visto distorsionado por el hiperconsumo, y la microeconomía absorbida y deformada por la macroeconomía. La expansión económica siempre es hueca, ficticia, si no va acompañada del crecimiento real de la riqueza material.
Cuando el dinero era real, guardaba una simetría casi perfecta con la riqueza. La economía sólo podía expandirse en la medida en que se incrementaban los bienes materiales acumulados, la riqueza real. El sistema bancario mantenía un coeficiente de reserva del cien por cien y no podía especular con el dinero de sus clientes.
Veamos algunos ejemplos históricos de expansión económica. Los excedentes agrícolas en Mesopotamia y el valle del Nilo permitieron la construcción de ciudades y templos y la creación de los primeros modelos de gobierno. Los griegos llevaron al pináculo su civilización gracias a la esclavitud, cada ciudadano “poseía” un cierto número de esclavos, hasta Sócrates tenía esclavos, lo que le permitía pasarse la vida filosofando.
El Imperio Romano perduró hasta que se quedó sin la “materia prima” de esclavos, casi todos los trabajos los hacían ellos y la plusvalía era transferida al Estado. Cuando los esclavos desaparecieron, comenzó la Edad Media, hasta que la Iglesia reglamentó la esclavitud disimulada en forma de servidumbre. Aún así, Europa siguió siendo un lugar miserable, hasta que la peste negra acumuló el capital que permitiría la exploración de las américas. Luego Europa negó el derecho a la libertad a los negros africanos y a los indios americanos y resucitó la esclavitud.
El oro y la plata del “nuevo mundo” impulsaron el desarrollo del comercio en Europa. El Siglo de Oro en España, con lo que ello significó de expansión económica, fue posible gracias al oro traído de las colonias de ultramar. Florecia volvió a acuñar monedas de oro (los florines). En Estados Unidos, el trabajo de los esclavos en las plantaciones de algodón permitió prosperar a los colonos anglosajones, que no abolieron la esclavitud hasta 1863, “casualmente” el mismo año en que se descubrió el pozo Drake, el primer pozo de petróleo, y comenzó la comercialización de combustibles fósiles.
La industrialización de occidente sólo fue posible gracias a la esclavitud primero, y al petróleo más tarde. El aprovechamiento de los combustibles fósiles a través de los motores de combustión y, posteriormente, el desarrollo del transporte y las telecomunicaciones, ha permitido multiplicar la riqueza real, pero no en la misma medida en que ha crecido el dinero imaginario y la masa monetaria en general.
El petróleo, el silicio, el uranio y otras materias primas incorporadas recientemente al proceso productivo, junto con la explosión demográfica, justifican en parte la expansión económica a escala planetaria de los últimos años, el crecimiento económico que ha desembocado en la globalización. No obstante, si tomamos en consideración los recursos actualmente disponibles, la riqueza real, y hacemos una simple comparación con el valor teórico de todo el dinero fiat que hay en el mundo, las cuentas no cuadran, la diferencia es abismal.
Esa diferencia es equivalente a la deuda acumulada y la deuda es el dinero traído del futuro que ya hemos gastado. Con el petróleo, lo que ha crecido en realidad es la deuda, no el capital. El petróleo nos ha permitido endeudarnos con dinero fiat imaginario y ahora no tenemos suficiente capital para cambiarnos, antes de que el petróleo sea inasequible, a otro modelo no petro-dependiente.
Cuando la producción de petróleo sea inferior a la demanda, se disparará la inflación, nos daremos cuenta de que jamás podremos saldar esa inmensa deuda acumulada, que seguirá creciendo, el dinero fiat imaginario comenzará a perder su valor, las bolsas de valores se desplomarán, la gente acudirá masivamente a los Bancos en busca de liquidez y éstos tendrán que cerrar. Tras la quiebra masiva de los Bancos llegará irremisiblemente la quiebra de los Estados y el sistema financiero se colapsará.
Si tenemos en cuenta que por cada dólar que mueve actualmente la economía real, la financiera mueve más de 350, que el crecimiento demográfico sigue siendo exponencial, que hemos esquilmado los mares y deforestado los bosques, que hemos agotado en buena medida los recursos naturales, que el petróleo es cada vez más escaso y más caro, que hasta el agua potable se ha convertido en un bien escaso, y que el dinero físico no se puede comer, no es difícil prever la inminencia de la hecatombe a la que estamos abocados.
Extracto del libro GOBIERNO MUNDIAL, de Esteban Cabal.
Más información en: https://www.facebook.com/
Página web: www.gobiernomundial.info
No hay comentarios:
Publicar un comentario