Clientes para todos los gustos. Bajo este titulo salio publicado el siguiente el articulo en el diario La TRibuna de Marbella, en su edición del pasado dia 07 de Julio de 2007.
‘taxi Driver’ Compartimos una noche con los conductores
El taxista con el que decidimos hacer un recorrido el primer sábado de julio, dista mucho del protagonista de la película. Se llama Salva García Biedma y trabaja con su propio taxi desde hace más de un año y tiene tanta candidez como paciencia infinita. Licencia 105. Iniciamos nuestra andadura a las doce de la noche, aunque su jornada terminará ya de mañana.La primera pareja que se sube son dos mujeres que desean ir hasta el NH desde la parada de la cafetería Marbella. A esa hora sobre todo esperan familias y gente de mediana edad que acaba de cenar. Tardamos menos de diez minutos en realizar el servicio. Pagan 10 euros, tarifa nocturna. No hablan español pero se despiden en nuestro idioma.
Peligro: clientes
Siguiente servicio: llamada desde Sierra Blanca. Se sube una pareja que desea hacer el trayecto hasta el restaurante de Olivia Valere. El cliente comienza a dar indicaciones al taxista en un entramado de calles enrevesado plagado de mansiones. Otra de las dificultades del gremio en Marbella. Acto seguido le pregunta al conductor si sabe inglés. Éste contesta un “no” en tono cortés, el pasajero responde de forma despectiva “perfecto” en castellano. A continuación comienza a farfullar que piensa presentar una reclamación porque la centraliza de taxisol no paraba de comunicar. Gajes del oficio. Pagan 13.70 euros, se despiden, se bajan y el conductor les da las "gracias" en español. El taxista me comenta que muchas veces es mejor no confesar que se habla otro idioma…
Paradas conflictivas
Volvemos a la cafetería Marbella. Comienza a haber una cola considerable y más problemas. Podemos ver cómo un señor mayor se encara con una joven inglesa a la que empuja para evitar que se introduzca en el taxi que está delante del nuestro.
El mismo caballero obliga a una familia a escoger el primer vehículo y en seguida se dirige hacia nosotros. Se acerca a la ventanilla del conductor, portando en la pechera una tarjeta de identificación de no se sabe qué. De forma aturullada nos comenta que la gente ha comenzado a pelearse haciendo la cola en la parada y que hay que marcharse rápidamente. Mientras la joven con la que antes discutía se sube con un amigo por la puerta de atrás. El hombre extraño desaparece. La parada está en calma. Ni rastro de la policía local. Los jóvenes son educados, hablan inglés y cuando llegamos a Puerto Banús pagan religiosamente 12,37 euros.
En el impás, García Biedma me confiesa que existen ciertas contradicciones en la tarifa por la ordenación del municipio. Cuando llegamos a Banús hay una cola de taxis, que no de clientes, descomunal, pero a la una de la madrugada se alivia en menos de cinco minutos. Por tanto, no hay tiempo para charlar con los compañeros, beber agua o estirar las piernas.
Urbanizaciones, laberinto
La policía se encarga de que los conductores mantengan el orden y se sitúan en la cabecera de la hilera, más cercanos a la barrera que a la parada. Hay tres parejas de municipales que contemplan el trasiego de las hordas de jóvenes ingleses que a esa hora pueblan la entrada del recinto náutico.
De nuevo se sube una pareja que solicita llegar hasta una urbanización cerca de La Quinta. El taxi recibe entonces una llamada al área próxima de Las Brisas. El conductor me comenta que este enjambre de calles complica siempre las cosas pero más cuando es de noche.
Gastamos tiempo y gasolina, pero Miguel no se queja, ayer ganó 400 euros limpios de gastos. No siempre es así, hay días que no llega ni a los 60.
Le cuesta orientarse pero finalmente encuentra la dirección en la que recogemos a un cliente que sale de una gran casa. Viste de forma corriente pero pide que le lleven al Casino. Indica que el aire acondicionado le sienta mal, mientras recuenta sus billetes sonoramente en el asiento de atrás. Es extranjero pero quiere conversación en castellano. Llegamos, paga y se despide. Sin problemas.
El taxista me cuenta que la otra noche recogió a una pareja de amigos del Hotel Don Carlos que querían ir a uno de los prostíbulos más conocidos de Marbella. Traían el nombre aprendido. Es uno de los servicios, junto con el del aeropuerto, más solicitados y seguros para el gremio, también en invierno. Los clientes lo recompensan y no hay distinción entre golfistas, hombres de negocio o residentes.
Confidentes de los turistas
El hermano de Salva, Miguel también taxista, relata que los conductores reconocen también que el cliente de alto nivel se ha ido extinguiendo (“no se ve la gente de antes”), que el peor ambiente del puerto ahuyenta a visitantes y a familias (“las prostitutas atacan incluso a los hombres que van del brazo de su mujer”).
En el taxi están acostumbrados a escuchar historias, y saben mejor que nadie lo que desean residentes y turistas de nuestra ciudad: “no han perjudicado tanto los ecos de la corrupción como la falta de limpieza y seguridad”. A veces, lidian con situaciones más que delicadas; la noche termina con el susto del taxista que debe llamar a la policía. Uno de los usuarios es detenido por agredir a la chica que le acompaña, antes de hacer la carrera. García Biedma asegura que no tiene miedo; ni discute ni se mete en líos, incluso cuando no le pagan. Una vez llevó a un cliente bebido al que le faltaba la cartera hasta Sotogrande. Le esperó 20 minutos, pero está claro que no regresó para saldar su deuda.
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