Es algo terrible y moralmente dañino para la humanidad del que se implica en una confrontación de esta naturaleza, pero la violencia revolucionaria no es un capricho, sino una necesidad que nace del propósito de luchar contra odiosas injusticias. Me parece escandalosamente hipócrita indignarse ante la pérdida de vidas humanas en un contexto de lucha y rebelión popular, sin reparar en que la globalización es una forma de imperialismo económico (y militar) que está propagando la miseria y la desesperación.
Si alguien cree que esta nueva agresión contra la clase trabajadora y los países del Tercer Mundo se detendrá con consignas pacifistas, no sólo se equivoca, sino que además incurre en una indeseada complicidad, pues el dogma de la no violencia ya forma parte del discurso oficial de las clases dominantes y se ha convertido en una poderosa herramienta para desarmar a los humillados y oprimidos. El derecho de rebelión es perfectamente legítimo cuando millones de hombres, mujeres y niños se hunden en la pobreza y la marginación, sin otra esperanza que la caridad privada o una muerte invisible y anónima.
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