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lunes, 14 de octubre de 2013

La abuela y el gato, Misao y Fukumaru

Misao y Fukumaru, cuando el gatito era un bebé y lo adoptaron | Copyright © Miyoko Ihara

La colección de fotografías muestra una muy bonita historia protagonizada por una anciana que vive de la agricultura junto con su compañero minino, un gato blanco sordo.
En el año 2000, la fotógrafa japonesa Miyoko Ihara quiso “dejar constancia de la vida” de su abuela Misao; una mujer nacida en la era Taishō (1912-1926) que vive desde siempre dedicada al campo.
En 2004, una gata callejera dio a luz a un gatito blanco en el granero de la familia de Misao Ihara. El gato tenía un ojo de cada color y resultó ser sordo. La familia Ihara lo adoptó y se convirtió en compañero inseparable de Misao.
El nuevo componente felino recibió el nombre de Fukumaru, por el deseo de Misao de que “el dios de la fortuna venga y salga todo redondo” (fuku significa fortuna, y maru significa redondo).
Durante 8 años, la fotógrafa plasmó la vida de estos dos entrañables compañeros. Y lo ha compartido con el mundo en el libro Miyoko Ihara: Misao the Big Mama and Fumukarmu the Cat.
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La colección ha sido un éxito en Japón y se ha convertido también en un fenómeno en otras partes del mundo, especialmente en los Estados Unidos.

La relación entre gato y anciana

A sus 88 años, Misao sigue trabajando en el campo, como ha hecho desde que era niña. Y el gato Fukumaru se ha convertido en un compañero inseparable que le acompaña en sus tareas diarias.
La nieta comenta que gato y anciana tienen una relación muy cercana: “ambos son algo duros de oído, pero la abuela y su gato comparten miradas, y siempre sienten la presencia del otro”.
Fukumaru tiene ya 9 años, pero sigue teniendo cierto espíritu aventurero y juguetón. La fotógrafa dice: “al ver a Fukumaru, que en todo momento está junto a la abuela con su cara tranquila, me siento como si me estuviera fotografiando a mí misma cuando era pequeña.”
Además de lo bonitas que son las fotografías, Miyoko ha conseguido transmitir esa idea que tiene de su abuela. La joven fotógrafa dice: “Al ver la forma de vida de la abuela tengo la profunda sensación de que en nuestra época no podemos imitarla. Se levanta al alba, se acuesta al ponerse el sol. Ama al gato y a sus verduras como si fueran sus hijos, y todo lo bueno que le viene de esas verduras tiene una conexión directa con su propia felicidad. No se pregunta para qué trabaja. Su figura me produce fascinación y algo de envidia.”
Larga vida a estas bonitas historias de amor entre grandes.

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