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jueves, 21 de febrero de 2013

ESPAÑA CAÑÍ. CARTA DE UN EMIGRANTE ESPAÑOL



Estimados lectores,

Un paseo turístico en España no delata que el país está sumido en una crisis de desestructuración global. Las ciudades, aparentemente limpias y ordenadas, dan la imagen de una nación desarrollada, las instituciones políticas funcionan aparentemente, la justicia desarrolla su función y el Estado sigue vigente. Nada de extraño en un lugar que no está ni como África u otros países más. Si además de eso el sol está ahí, como testimonio de su privilegio climatológico, el turista accidental no entiende dónde está la crisis, sobre todo si ve los informativos de la televisión pública.

Sin embargo la realidad es bien distinta. En un país acostumbrado a un buen nivel económico durante décadas, es inevitable que haya colado bien la conciencia burguesa-capitalista, en la que los ingresos más o menos cómodos permiten una vida estable y sin temor a caer en el precipicio. Es un hecho que el drama social no se vive tanto en la calle como dentro de las casas en las que se opta por pagar la hipoteca o por darle de comer a los hijos, o se acuden en secreto a los comedores sociales o a Cáritas para poder sobrevivir sólo al día a día. La línea que separa la calidad de vida de un país occidental de la miseria económica es invisible y cada día se destruyen más de 2000 empleos en España. Sin ir más lejos los desahucios ya han dejado 205 víctimas mortales por suicidios. España ya no es ese país alegre, sino otro de dolor y lágrimas en el que miles personas se ve obligadas al exilio económico ante la imposibilidad de sobrevivir y mucho menos de dar un futuro digno a sus hijos, condenados a la pobreza si no se toman medidas drásticas que pasan incluso por el alejamiento durante meses o años. De la España moderna pasamos a la que no supo solucionar sus problemas, no fue capaz de cerrar su transición política y no ha desarrollado mecanismos para defender a la débil democracia creada tras la muerte del dictador Franco.

 Más de 40.000 manifestaciones en Madrid a lo largo de 2012. La gente protesta de manera ya espontánea, corta las calles y la policía tiene que proteger la institución objetivo, ya sea la sede del Partido popular o el Congreso de los diputados. Los sectores se mueven por separado: jueces, fiscales, policía, ejército, profesores, médicos, sanitarios están en pie de guerra contra el gobierno que salió de las urnas hace escasamente un año y que no sólo es incapaz de resolver el tsunami español, sino que se vanagloria de que los españoles les hayan dado su apoyo en representación de su soberanía. Las medidas contra la corrupción en casos como el reciente de Bárcenas o ex-tesorero del PP, sin añadir otros muchos, son escasas y de imagen. Alguna que otra declaración con reconocimiento o decisión tardía, cuando la cúpula está en evidencia ante la opinión pública, son los únicos éxitos de una protesta ciudadana, implícita o real que siente que nadie la representa. Habría que regresar a los tiempos del reinado de Alfonso XIII para volver a ver situación semejante. De hecho vuelve el clamor por la república y la salida de la monarquía en no pocas mentes.

Ante tal brutal retroceso en lo económico, político, social y moral, Europa enmudece. Ángela Merkel elogia las medidas españolas para la superación de la crisis del “euro” y apoya a Rajoy en sus horas más bajas, mientras Dragui insinúa en el parlamento español que falta subir impuestos a los más que esquilmados ciudadanos españoles. Los países del norte de Europa se miran el ombligo ante el dantesco escenario de las naciones del sur y provocan una reducción en el presupuesto de la UE. La indignación de sus ciudadanos no cuenta, al igual que tampoco les tembló el pulso a la hora de enviar a Grecia a la decapitación. España no tendría que ser muy diferente para sus objetivos, y la verdad es que en el fondo empiezan a parecerse.

Estos hechos no son nada extraños si tenemos en cuenta que el gobierno español está practicando una política genocida contra su propio pueblo, pero sin misiles balísticos. Todas las medidas del PP están encaminadas a encubrir su propia y espeluznante corrupción, incrementar la riqueza de bancos, grandes empresas, especuladores y todo tipo de persona que, sin escrúpulos, aumenta su riqueza a costa de instituciones democráticas que deja en agua de borrajas, es decir, sin sangre. Muchos de los señores que gobiernan España, hay que decirlo, son hijos del Opus Dei, y, por lo tanto del franquismo, de aquél que los españoles creían olvidado y que ha vuelto con todas sus fuerzas apropiándose de las leyes, el parlamento, los ayuntamientos, las comunidades autónomas, los colegios, los hospitales que están siendo descaradamente privatizados para beneficio de unas cuantas empresas, así como del mismo derecho a la supervivencia de personas que se quedan sin trabajo y sin ingresos. Esta forma de corruptocracia, en la que además se niegan posibles imputaciones, sobresueldos y dinero negro dentro de los partidos, es lo que el Sr. Rajoy ha querido vender al Sr. Humala, quizás para limpiar la marca España, claro que eso ya no se consigue ni con la lejía más potente del mercado mundial.

Este es el sentir sobre mi país, la canallesca casta política que lo gobierna y el modo en el que, lentamente, se está acabando con la democracia, la libertad, la dignidad, los derechos de los ciudadanos, mientras ya más del 25% de la población está en riesgo de pobreza. Si nos faltan tres años con este señor, por llamarlo de alguna forma, me temo que España será un país tercermundista y que habrá volatilizado de la nada todo su proceso de transición democrático desde que murió el dictador Don Francisco Franco. Sólo espero y confío en que en las próximas elecciones sepamos dar una glamorosa patada a semejantes ineptos e impresentables.

ÁNGEL VILVOORD.

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