Páginas

sábado, 2 de octubre de 2010

El desfile de los Santos


Uno de los líderes más importantes de la Reforma fue Juan Calvino. Calvino sólo tenía 10 años cuando Lutero rompió con la iglesia católica; pero adulto, Calvino se convirtió en uno de los abogados más celosos del Protestantismo.

Calvino publicó su primer folleto o tratado religioso en 1536 en Basilea, Suiza, una ciudad de la frontera suizo-alemana. Calvino dedicó su vida de adulto a escribir y enseñar su propia y única interpretación de la doctrina protestante. El resultado de esto fue la creación de una organización protestante llamada según su nombre, el “Calvinismo”, la cual tuvo su sede central en Ginebra.

Calvino continuó la vena mística de Martín Lutero. Recordemos que Lutero dijo que la salvación espiritual no era algo que un ser humano podía lograr mediante su propia labor. En cambio, la salvación requiere un acto de fe o creencia. La misma idea fue promulgada por Calvino pero con un enfoque severo. De acuerdo a la doctrina de Calvino, ni con un acto de fe o creencia podría una persona asegurar la supervivencia espiritual. Por el contrario, Calvino proclamaba que la salvación espiritual de una persona o la falta de esta, estaba ya predeterminada por Dios antes del nacimiento. No sólo Dios decide por anticipado quién podría lograr la salvación y quién no, sino que absolutamente ninguna persona podría hacer algo con relación a la decisión de Dios. Esta infeliz doctrina se conoce como “la predestinación”. La enseñanza de la predestinación de Calvino ofrecía a la gente poca comodidad porque ella forzaba a que la mayoría de los seres humanos fueran condenados espiritualmente. Aquellos humanos favorecidos por Dios antes de nacer se conocían como “los elegidos”. Los elegidos eran pocos en número y no podían hacer nada para compartir su buena fortuna con los demás. Calvino proclamaba que el elegido sólo tenía una tarea real en la Tierra y era la de suprimir el pecado en los demás como un servicio a “Dios”. Claro, Calvino era uno de los elegidos.

Uno se puede preguntar: ¿porqué “Dios” debía condenar a casi todas las almas antes del nacimiento y luego continuar castigándolas después del nacimiento? Esto parece demasiado cruel. De acuerdo con Calvino, la raza humana todavía estaba siendo castigada por el pecado original de Adán y Eva. Como recordamos, el “pecado original” fue el intento del hombre antiguo por ganar conocimiento de la ética y de la inmortalidad espiritual.

Calvino no intentaba justificar la predestinación, a pesar de su obvia injusticia. El predicaba a cambio que la predestinación era un misterio por el cual todo el mundo sería humillado. Muchas cosas de “Dios” nunca habría forma de comprenderlas por los seres humanos, decía él.
El Calvinismo era más que una religión dominical. Era una forma de vida. Pedía a sus partidarios un estilo de vida pragmático y austero en el cual el deber más grande de una persona era glorificar a Dios en sus acciones diarias. Se enseñaba a la gente que su posición en la vida no importa lo que esas posiciones llegaran a ser, era su “llamado” de Dios. Una vida debía ser vivida pensando que era la voluntad del Ser Supremo que decidía dónde estaba colocada esa persona. El Calvinismo claramente era una filosofía del feudalismo para la edad moderna.
En el terreno religioso, Calvino prohibió las borracheras, los juegos, el baile y los cantos melódicos ligeros. Todo esto estaba considerado dentro de los pecados que el “elegido” que había sido puesto en la Tierra para ello, debía eliminar. Para nadie era una sorpresa que los calvinistas rápidamente desarrollaron una reputación de seres duros y descoloridos. Ellos también sufrieron violentos. Calvino no era un hombre de tolerancia y adoptó algunas de las practicas viciosas de los emperadores romanos del Este. Por ejemplo: Calvino estimulaba la pena de muerte por herejía contra su nueva doctrina y pedía que las brujas fueran quemadas en la hoguera hasta la muerte.

El Calvinismo viajó desde su fortaleza en Suiza hacia otros países. En los Países Bajos, los calvinistas jugaron un papel muy grande en la agitación y el estallido de la guerra de los Ochenta Años, la cual nos dio el Banco de Amsterdam. En la Gran Bretaña, el calvinismo fue la base de la religión Puritana.
Como sus hermanos calvinistas en Holanda, algunos puritanos ingleses decidieron reafirmar su tenebrosa y oscura creencia y también sus propios intereses materiales, propiciando la revolución violenta. En el año 1642, un grupo de ricos y prominentes puritanos británicos dirigieron una guerra civil a gran escala contra el rey de Inglaterra, Carlos I. A los ojos de los puritanos, Carlos I había cometido crímenes contra Dios habiéndose casado con una católica y tolerado el catolicismo. Después de ganar la guerra civil y haber decapitado a Carlos, el ejército victorioso de los puritanos colocó a su propio dictador a cargo de los británicos: Oliver Cromwell.
Bajo Cromwell, los puritanos tenían el poder de afirmar sus creencias religiosas en la arena de la política exterior. Los puritanos ingleses creían firmemente en el concepto del Armagedón o Batalla Final. Ellos creían en que la gran batalla final había empezado y alcanzado su climax al final del siglo XVII y que la guerra civil de los puritanos contra el rey Carlos I formaba parte de la batalla. El Papa fue llamado el anti-Cristo y el catolicismo fue considerado una herramienta de Satanás. Cromwell trató de modelar la política exterior inglesa dentro de esas creencias trabajando por solidificar la unidad del protestantismo internacional y por hacer la guerra contra los católicos en varias regiones de Europa. Cromwell creía que los puritanos ingleses era “el segundo pueblo escogido”(*) por Dios y que todas sus acciones formaban parte de la profecía bíblica.

Carlos I
La cosmología calvinista hizo mucho para modelar las ideas puritanas sobre la guerra. Combatir en la guerra fue glorificado por los puritanos quienes creían que la tensión y la lucha, eran elementos permanentes de los esquemas cósmicos debido a la lucha eterna entre Dios y Satanás. El profesor Michael Walker, en su curioso libro: “La Revolución de los Santos: un estudio de los orígenes de las políticas radicales” explica su creencia de esta manera:

Oliver Cromwell

“Así como hay permanente oposición y conflicto en el cosmos, así mismo hay permanente guerra en la Tierra… Esta tensión es en sí misma un aspecto de la salvación: un hombre relajado o distendido es un hombre perdido”.1

Es vital comprender esta idea puritana porque exalta la guerra como un paso necesario para la salvación espiritual. Esta fue también una de las semillas que nos trajo la filosofía marxista con el “materialismo dialéctico”.2 Esta creencia puritana es una de las ideas más perniciosa nunca antes enseñada por las religiones Custodias. Esto causó en los puritanos la visión de la paz como un enfrentamiento a Dios porque la paz significa que la lucha contra Satanás cesó. “La paz del mundo es la más encarnizada guerra contra Dios”, escribió Thomas Taylor en 1630.(*) El más alto llamado de un hombre puritano era el de marcharse a la guerra para la gloria de Dios. Cuando no hubiera guerra en progreso, los hombres serían estimulados a realizar ejercicios militares por recreación:


“Y con respecto a la religión, ya que cada hombre tendrá recreaciones, que lo harán mejor y más libre del pecado, que es el mejor esfuerzo del hombre,…..entonces abandona su partida de naipes, sus dados, su crueldad sin motivo, su pérdida de tiempo, su conversación grosera y su vanidoso delirio fuera de tiempo, para frecuentar esos ejercicios militares.”3

El ennoblecimiento puritano de la guerra, acoplado a su austero pragmatismo ayudaron a traer mayores cambios en la manera de combatir en la guerra. Las generaciones más antiguas sentían que el Renacimiento había traído un efecto muy interesante sobre la guerra en Europa. La guerra se había convertido en una actividad de “caballeros” adornados y llenos de fanfarronería. Los gobernantes europeos gastaban considerables sumas de dinero para crear ejércitos estéticos y coloridos. Brillantes uniformes, banderas ondeantes y fantásticas armaduras estaban a la orden del día. Significativamente, la pompa remplazó el combate en el campo de batalla. Más a menudo que nunca, los ejércitos resplandecientes del Renacimiento se empeñaban en interminables maniobras unos contra otros con poco contacto real. Es notable que después de un espectáculo de enorme pompa muy frecuentemente ocurría un estancamiento militar y seguía una maniobra caballeresca conocida como la caracola. Cada lado se declaraba a sí mismo ganador con pocas o ninguna baja y regresaban a casa espectacularmente para adulación de su gente. Y los soldados rasos jóvenes sobrevivían así para acelerar el pulso de amantes con nobles cuentos de galantería y honor en el campo.

En el mundo ultrapragmático y agotador de los días actuales, las actividades relatadas arriba pueden parecer bastante tontas, algo parecidas al Mago de Oz. Sin embargo, ellas fueron un fenómeno excepcionalmente importante porque el estilo de la guerra del Renacimiento revelaba la verdadera esencia del espíritu humano. La mayoría de la gente se mantendría alejada de la guerra cuando se le da esa oportunidad. Ellos cambiarían las arenas del conflicto por el teatro del espectáculo. Escogerían el color, la vida y el arte en lugar de la muerte, la palidez y la ruina. El Renacimiento fue un corto período de la historia que reveló que cuando la represión es poco exigente, cuando la intolerancia y las filosofías que incitan e inducen a la guerra disminuyen en importancia, y cuando la gente es capaz de pensar y actuar más libremente, los seres humanos como todo, natural y automáticamente, se alejarán de la guerra.

La austeridad puritana y la glorificación de la guerra ayudaron a los europeos a realizar guerras sangrientas. Los ejércitos puritanos operaban con la idea de que las guerras tenían que obedecer a un significado de lucha real y efectiva y no de un espectáculo colorido. Con esto en mente, los puritanos eliminaron el brillo militar y desarrollaron unidades de luchas eficientes mediante rigurosos ejercicios. Esta forma pragmática de combatir se extendió rápidamente cuando otras naciones descubrieron que banderas hermosamente engalanadas no ganarían una batalla contra la efectividad de la puntería de un cañón. Mientras la mayoría de las organizaciones militares actualmente usan algún espectáculo, éste, está notablemente ausente en la real conducta de la guerra. En su lugar observamos uniformes militares austeros y de corte eficiente; y estrategias militares que fríamente calculan megamuertes nucleares con puntos de porcentajes y factores de probabilidades. Todo esto es el reflejo del pragmatismo reinsertado en la guerra por los puritanos y otros protestantes. A medida que visualizamos los cuerpos de nuestro prójimo humano destrozados por la guerra, los cuales han sido matados más efectivamente y más pragmáticamente, quizás nos damos cuenta que los caballeros renacentistas no eran tan tontos después de todo.

Carlos II
A pesar de los éxitos iniciales, el nuevo gobierno puritano bajo Cromwell no tuvo un largo final. La dinastía Estuardo recuperó el trono británico en 1660 con la coronación de Carlos II, hijo de Carlos I el decapitado. Carlos II murió 25 años más tarde, en 1685, sin heredero, de tal forma que James II, su hermano, tomó el trono.

James II
James reinó por tres años después de los cuales, en 1688, estalló una segunda revolución inglesa conocida como la “Gloriosa Revolución”. Aunque en gran parte se mantenía el protestantismo contra el catolicismo, los puritanos no fueron los que dirigieron la Gloriosa Revolución. En efecto, un gran número de puritanos habían abandonado Inglaterra para establecerse en las colonias de América del Norte después que Carlos II asumió el trono. La Gloriosa Revolución fue dirigida en parte por nada más y nada menos que la Casa de Orange-Nassau. Por el tiempo de la Gloriosa Revolución, la Casa de Orange estaba fuertemente asentada en el trono de los Países Bajos. Cómo logró tomar el trono británico y reinar sobre tres naciones al mismo tiempo, es una fascinante historia de intriga política.
Textos de: William Bramley de Goos of Eden

No hay comentarios:

Publicar un comentario