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viernes, 17 de agosto de 2007

Javier Caraballo Pulitzer


El periodismo, en contra de lo que piensan algunos, no es un oficio de riesgo. Hablamos del periodismo crítico, comprometido, que en el otro, en el periodismo servil, no hay debate siquiera. O por lo menos los problemas son de otra naturaleza, controversias propias del pesebre, no mas. Pero los periodistas de raza, por mucho que puedan parecer gente bragada, tipos duros, al final no asumen más riesgos que un catedrático comprometido, o un médico, o un empresario. Cualquier oficio, cualquier ciudadano con una actitud crítica ante la vida asume el mismo riesgo que un periodista.



Es verdad, en todo caso, que en Andalucía existe una distorsión importante por la asfixia socialista. Por eso, alguna vez, te sorprenden algunos con un apretón de manos. «Que valiente eres», dicen. Recuerdo haber hablado de todo esto con Félix Bayón, y ambos concluimos que la distorsión andaluza provenía del sectarismo del PSOE, del poder de la Junta de Andalucía. El personal teme por su trabajo, por su negocio. Le teme al aislamiento. De ahí la presunción de valentía en gente que, como le ocurrió a Bayón, no le importa que lo dejen sin trabajo. Claro que sólo hay que imaginarse a Félix, aún en estos días, carcajeándose de la miseria de este personal que no le ha perdonado su independencia ni después de muerto. Pero eso, ya digo, no es valentía. Es integridad, decencia. Principios.

Cada vez que se destapan los secretos del sumario del ‘caso Malaya’, yo me acuerdo de Bayón –hoy, por cierto, se presenta en Sevilla un libro que recoge sus mejores artículos– y de lo que disfrutaría con informaciones como éstas de Aifos; el goce de recrearse en esa imagen de funcionarios, políticos y notarios retozando en lujosas habitaciones de hotel de Marbella, o en pelotas dándose un masaje. A cambio del favor de mirar para otra parte, de adelantar un papel, o de extraviarlo.

No haber participado de aquellas juergas, de aquel pastel, como hizo Bayón, no le otorgaba ningún valor especial. Incluso cuando, como ocurría, en vez de masajes enviaban querellas. Un ejemplo de hace sólo un año. Cuando se conoció la ‘operación Malaya’, me dio por glosar en un artículo la importancia enigmática del hotel Guadalpín. «Todos los secretos de Marbella, esos miles de folios en los que acabará el sumario, se explican con ese nombre, Guadalpín». El mismo día se recibió la respuesta enojada de Aifos. Invocando «los principios de la norma periodística», lamentaban que «se haya dejado arrastrar por una moda, esperemos que pasajera, que trata de vincular el éxito empresarial con situaciones de excepcionalidad».

Anunciaban querella, pero no llegó. Ha pasado un año y pico, ya ven. Bayón no está y los de Aifos están donde les correspondía. Quizá porque, como gustaba decir a Joe Pulitzer, «aquí no toleramos los errores y cuando los descubrimos, no descansamos hasta corregirlos». Bien está que se lo dediquemos a estos de Aifos, de parte de los tipos como Félix, que jamás soportó los masajes que se dan con el aceite de la corrupción.

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