Trabajaba de taxista y escuchaba cada día las tertulias radiofónicas. El 11-M su mundo se vino abajo. Mataron a su hijo. Aquella mañana se levantó como el señor vitalista que siempre fue y se acostó como el anciano que ya nunca dejará de ser. ¿Quién asesinó a su pequeño? Apesadumbrado y confuso, jubilado del taxi y hasta de oír la radio, el hombre aún es capaz de reunir fuerzas necesarias para asistir en directo, una vez por semana, al juicio contra los autores.
Ahora sabe que solo unos pocos empecinados a sueldo siguen azuzando la autoría de ETA. Que incluso el PP cambió de mula. Las coces se dan ahora a lomos de Iñaki de Juana Chaos. Si no fue ETA, entonces mienten los de su bando. Y para un buen hombre, un facha de boquilla a quien le han arrebatado un hijo, no es fácil digerir que ha pasado la vida venerando a las hienas que ahora le muerden. Eso es como admitir que fue un imbécil. Tan imbécil como debió sentirse Ahmed, el padre de Mohamed Afalah, procesado en rebeldía y presunto suicida en Irak, cuando aceptó avisar a la policía si llamaba su hijo. Acabó renunciando, claro. No es fácil delatar a tu vástago. Aunque fuera un ogro, si llamó a papá fue para despedirse.
Lucha con la verdad
Ayer, el viejo taxista volvió a enfrentarse con la verdad. Quienes mataron a sus hijos no fueron etarras, ni siquiera delincuentes, ni presuntos traficantes de explosivos, como Trashorras y su ex señora, esos que se pasan el día traficando cucamonas para mayor escarnio de las víctimas. No. Fue obra de yihadistas perturbados y excitados con las hurís.
El viejo taxista debió quedar horrorizado con el significado que para estos locos tenía una expresión que él pronunció tantas veces a lo largo de su vida: "Coger el taxi". En el argot de los terroristas del 11-M, los suicidas de Leganés y los fugados, "coger el taxi" era inmolarse en un coche bomba. "Ir a Francia" era introducirse en Irak. "Casarse" era comprometerse con la guerra santa. Todos los encausados en rebeldía y otros cuantos procesados en otras causas por terrorismo hablaban a menudo por teléfono de "coger el taxi para ir a casarse a Francia".
El policía que ayer compareció por la mañana y un analista del Real Instituto Elcano que lo hizo por la tarde dibujaron una trama extremista perversa pero bien urdida, coherente dentro de su fundamentalismo y pensada para dar "un duro golpe" a la España de Aznar, forzar la retirada de tropas de Irak y provocar "un efecto dominó" con los otros aliados de Estados Unidos. Todas las reticencias del taxista se desmoronaron y los yihadistas encausados palidecieron. Se acabaron las risas.
Caras de preocupación
Ayer se dieron cuenta de que habían sido vigilados más de lo que creían y cada vez afloran más pruebas. La policía es lenta --"siempre fuimos un paso por detrás", admitió un inspector-- pero no tonta. Las caras denotaban pesar, porque saben que les será tan difícil escapar de la justicia como a los sabuesos de la conspiración seguir buscándole a la yihad primos en Rentería. Los terroristas del 11-M eran llamados desde teléfonos satélite, los saudís Thuraya, y esos sí que se usan desde montañas y desiertos lejanos.
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